jueves, 29 de marzo de 2018

Poper, los nacionalismos y la libertad

Escribía Kant que el objetivo fundamental de las leyes es permitirnos la mayor libertad de cada uno en coexistencia con la mayor libertad de los demás, lo que significa que la libertad para bien o para mal, debe estar limitada y definida por la Ley. En definitiva, sin ley ni orden, la libertad no es posible. Pretender creer que la política está por encima de la ley es propio de tiempos y lugares que debieron extinguirse con la llegada del imperio romano.
En estos días de asueto independentista, ocupa los debates, y de manera reiterativa en nuestra historia, la cuestión de la igualdad y la libertad de todos los españoles con independencia de donde hayan nacido o hayan decidido vivir. La sola existencia de la discusión es un claro síntoma de una enfermedad que se antoja incurable. Que esta desigualdad tenga un amparo legal y político, dinamita el concepto de libertad que tanta precisión y belleza describió el genio de Konigsberg.
Popper hablaba con gran razón de la "herejía del nacionalismo", o más bien del estado nacional. La principal equivocación de esta idea es suponer que los pueblos o naciones existen antes que los estados como si fueran sus raíces, cuando es justo lo contrario, son los estados los que crean a las naciones. Pretender creer que, sobre una base racial, cultural o idiomática, se puede, incluso se debe, crear un estado nación, es negar la teoría de la evolución de Darwin. Es como intentar detener la evolución de la especie humana en el Austrolopitecus y tele-transportarlo al mundo actual, sólo porque en este momento de la evolución nuestros privilegios estaban más protegidos.
La libertad requiere de la ley y ésta es monopolizada por los estados, de manera que el nacionalismo, en sí mismo, es una negación de la libertad porque le niega al estado su capacidad de legislar sobre la tribu. La igualdad, decía Popper, ante la ley, no es un hecho, sino una exigencia política basada en una decisión moral y es independiente de la teoría, presumiblemente falsa, de que todos los hombres nacemos iguales. Si negamos la igualdad frente a la ley de todos, con independencia de las condiciones o decisiones personales, estamos cometiendo una gran inmoralidad, quizás la mayor que un estado puede ejecutar contra sus ciudadanos.
Ciudadanos ha abierto un melón que era un tabú en España, porque en nuestro país todas estas consideraciones han sido obviadas en la creencia de que nuestro estado es una suma de distintas raíces tribales o nacionales, renegando de la tesis darwiniana; obviando que el estado nación quedó superado por Kant y todo el entramado político, económico, filosófico y cultural posterior. España no es la suma de voluntades tribales o regionales, sino producto de una voluntad colectiva.
Los privilegios de una tribu sobre el resto de la comunidad estado, de una lengua local sobre la de todos, constituye el ejemplo más aberrante de que el tradicionalismo medieval pervive todavía en España y utiliza los mismos nombres que datan de la Edad Media: lendakari o Generalidad. Pero no nos engañemos, lo que pretende el fomento de la desigualdad es el mantenimiento de unos privilegios de unos pocos sobre el conjunto.
El nacionalismo se empeña en retroceder en la película de nuestra historia hasta encontrar el momento raíz de su identidad y traerlo al día de hoy. Es como si yo pretendiera regresar a los veinte años y volver con ellos a mi mundo; pero no a los diez ni a los treinta, sólo a los veinte, cuando me encontraba en mi mejor momento, totalmente absurdo.
Pero la libertad también exige moralmente la protección de las minorías lingüísticas, religiosas, culturales dentro de cada estado de los ataques de la mayoría; casi diría que la principal razón para la existencia de la ley y del gobierno es la protección de las minorías, y por tanto de los derechos de la tribu a preservar sus elementos diferenciadores, pero nunca a costa de la libertad y la igualdad. Si el gobierno flaquea en este objetivo, pierde su razón de ser. Por esa razón, que los partidos políticos se hayan mostrados reacios a reconocer que la lucha contra el independentismo es sobre todo una exigencia moral basada en los dos principios inalienables de nuestra existencia democrática: la libertad y la igualdad ante la ley, constituye la irrefutable prueba de que los partidos tradicionales necesitan una gran refundación.
No pueden seguir al pairo de la opinión pública, porque como dice Popper, no se dan cuenta que, por su anonimato, la opinión pública es una forma irresponsable de poder, y especialmente peligrosa cuando emana y se conforma desde los aparatos del estado, convirtiendo a nuestro sistema en una dictadura de los medios que ahoga la libertad para la defensa de intereses de la minoría frente a la gran mayoría.
El drama de España es muy similar al de Rusia; países que pasaron del absolutismo al radicalismo y de ahí a la democracia, sin haber sido tamizados por el filtro de las revoluciones liberales, como sí ocurrió en el resto de Europa. Es decir, a España le faltó un proceso de la evolución social y cultural occidental, y los problemas que el liberalismo pudo resolver en una determinada coyuntura, son insolubles con las reglas de la democracia del bienestar del estado actual. Hemos dado tanto valor a la paz que estamos dispuestos a renunciar a nuestros derechos individuales en aras de evitar el conflicto, en nuestro caso territorial, negando la evidencia de que necesitamos, como sociedad plural y moderna, un claro conflicto de ideas y de valores por los que debemos luchar.
La paz del silencio y la resignación a la que pretenden conducirnos los nacionalistas y los partidos tradicionales, constituye una rendición sin paliativos de la libertad y la igualdad en España. Sin conflictos ni lucha por los derechos seríamos una legión de hormigas y no una sociedad avanzada.
El estado de bienestar resulta tremendamente peligroso y pernicioso en la defensa de estos valores universales. El estado nación se defiende y justifica en la amenaza a la minoría, que en su territorio tribal es mayoría, y sobre todo en la obtención de un mayor grado de bienestar. Solamente de esta manera se puede convencer a tanta gente de abocarse a un camino al pasado. Pero los españoles no nos damos cuenta de los peligros del estado de bienestar, que los tiene, y el principal es que pretende descargar a las personas de sus responsabilidades hacia sí mismas y hacia los que dependen de ella. Sacrificamos nuestra libertad personal en aras de un pretendido bienestar que pretendemos nos regale el estado como si fuera Papá Noel apoyado en una fábrica de bienestar infinito manejada por elfos. Pero debemos llamar la atención que cuando se liga nacionalismo con el estado social, se está enmascarando una ambición totalitaria disfrazada de Caperucita.
Ciudadanos llega a este debate casi doscientos años tarde, pero eso no supone que hayan perdido actualidad o categoría moral los valores de la libertad y la igualdad. Muy al contrario, reclamarlos y provocar, incluso si es necesario, un conflicto por su vigencia, es una exigencia a la que España no puede renunciar. Ciudadanos ha despertado conciencias que estaban adormecidas por la creencia de que estamos condenados a no ser libres ni iguales, en aras de la paz, y contra este adoctrinamiento de que o la igualdad o el caos, debemos decir que prefiero el caos con igualdad y libertad a la paz de la resignación.

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