Tenía que ser el
zorro y eres tu
He pasado toda la vida indagando qué es el amor y que lo hace diferente
y tan especial de otros sentimientos. Siempre tuve la sospecha de que el amor
existe en todos los seres vivos, pero que cuando se da entre humanos es algo
irracional, que digo, casi incomprensible. Sabemos que es un gran motor de
construcción, también de destrucción, pero que incluso cuando esto ocurre,
siempre lo que queda es mucho más de lo que había en un inicio. A menudo
tardamos mucho tiempo, obcecados por el dolor, en entenderlo y asumirlo, pero
la humanidad no habría llegado a estos tiempos de prosperidad y solidaridad si
no hubiera existido el amor en todas sus formas.
Y tenía que ser el zorro el que explicara al Principito qué significa y
qué lo convierte en algo imprescindible, con una simpleza que ya quisiera para
explicar conceptos o sentimientos que resultan mucho más sencillos, o al menos
así me lo parecen. Lo auténtico se explica con pocas palabras; lo que no lo es,
requiere de grandes circunloquios, nunca olvides esta verdad.
El amor es domesticar y ser domesticado. Al principio, cuando se planta
ante nosotros, nos llama sigilosamente pero no lo vemos, apenas lo vislumbramos
entre la desconfianza, la indiferencia y tanta maleza humana. Cuando por fin lo
tenemos enfrente, queremos ignorarlo por miedo, o al menos alejarlo de nosotros.
Y cuando por fin accedemos a él, descubrimos que nos hemos ligado a una
persona, a la otra persona y que esa unión es de una intensidad que asusta,
pero que nos llena de tal manera que somos incapaces de negarnos ante su
insistencia. Si eso te ocurre en tu vida, no te encierres, ni mucho menos, sino
que avanza sin temor y con paso firme hacia él.
Se nos aproxima poco a poco, casi a hurtadillas y nos mira; pero cuando
nos cautiva sólo ansiamos que vuelva cada vez más temprano; siempre lo queremos más y
antes. El tiempo se hace eterno cuando esperas a quien ha de domesticarte, y
una vez que por fin se presenta ante ti, desearías que el tiempo se detuviera.
Y es que el reloj de la felicidad es veloz, se nos esfuma el tiempo cuando nos
toca de lleno; por eso debemos alimentarla continuamente, domesticarla, para
que no se vaya de nuestro lado y le venza al paciente y amenazante reloj de la
infelicidad.
A menudo queremos creer que nuestro amor es único porque es bello o
inteligente, o gracioso o auténtico; pero lo que lo convierte en el mejor, es el
tiempo que dedicamos a cultivarlo, como a la rosa. El amor que dedicamos y nos
dedican es lo que nos hace importantes.
Incluso ocurre que solemos buscar en lo material el sustento de la vida,
la solución a nuestros problemas cuando lo que realmente importa es invisible a
nuestros ojos. Nunca sobrevalores lo que ves sobre lo que sientes. Se ve mucho
más y más lejos con el corazón que con la vista; y siempre, siempre desconfía
más de lo que perciben los sentidos de lo que insistentemente te grita el
corazón, tirando de la manga como un niño a un mayor para llamar su atención.
Tu corazón sabe mucho que mejor que tu cabeza qué quieres y qué necesitas.
Los que no quieren amar por temor al desamor, los que no se atreven a
escuchar al corazón frente a lo que dicta el cerebro por temor al fracaso,
desprecian su naturaleza y sobre todo seguirán vagando por el planeta como el
Principito por el mundo sin saber lo que desea. Curioso el ser humano que se
empeña en perseguir algo que no quiere o busca, simplemente para no detenerse,
como si vagar fuera caminar, como si dar un paso tras otro fuera caminar.
En la vida encontramos personas, miles, no sé a cuantas personas se
puede conocer en una vida, pero ¿Sabes qué? la gran mayoría de los hombres no nos dice nada,
pasa por delante de nosotros y no nos animan a salir de la madriguera; es más
casi nos escondemos de ellos. Es normal, no te preocupes, siempre hay alguien
agazapado esperando a encontrarte y a que le encuentres. Pero no caigas en la
monotonía de pensar que nada bueno te va a ocurrir y que todo será como
siempre, y que debes resignarte. El que introdujo esa palabra en el
diccionario, resignación, debería estar en el cementerio de los personajes
olvidados.
Muchas veces no soportamos la monotonía, nos produce una soledad y
melancolía indescriptibles, y es cierto. Sin embargo, la monotonía es la prueba
de fuego que todos los hombres y mujeres debemos afrontar para alcanzar lo que
realmente aspiramos; para encontrar a esa persona o esa vida que nos anime a
salir de bajo tierra. La mayoría, ante la insoportable rutina, no escuchan al
corazón, sino que creen que lo esencial lo ven con los sentidos y se echan en
brazos de lo que piensan será su salvación. Cuando no escuchamos al corazón y
optamos por lo que nos aconseja el sentido común, creemos que estamos saliendo
de esa angustiosa monotonía, cuando sin darnos cuenta estamos sembrando en
nuestro corazón la semilla de la indiferencia y nos estaremos resignando. No
vuelvas a usar esta palabra, destiérrala de tu diccionario.
Cuando el Principito deja a su zorro domesticado para continuar su
camino, éste llora por perder a su amigo, se siente triste y desolado, pero
descubre que en la amistad que tuvo y que nunca se perderá, encuentra sentido a
lo vivido porque se le representará en tantas cosas buenas que se le
aparecerán en la vida y que antes de amar le parecían irrelevantes. ¡Quién no
ha sido domesticado, nunca conocerá la felicidad¡, El Principito seguirá su
camino para resolver el problema de su planeta, pero habrá dejado un amigo, un
compañero que siempre estará a la vuelta de la esquina cuando lo necesites; esa
es la esencia del amor, que es inquebrantable.
A veces sentimos una terrible ansiedad de felicidad, hasta tal punto
que nos angustiamos cuando en un instante parece que la perdemos. La felicidad
es un éxtasis de tal magnitud que no podemos aspirar a su presencia permanente
en nuestras vidas, pero la seguridad de que nos ronda a cada cosa buena que
hacemos, a cada amistad que construimos, que no sólo no nos ignora, sino que
sabe aparecerse en cuanto la llamamos, nos hace ser felices.
Llenar la vida de instantes maravillosos es tarea imposible, pero no
tener esos destellos de luz, solitarios, fulgurantes y sorprendentes es una
ausencia imperdonable que nos hace morir en vida. Pero ten en cuenta una cosa,
el amor nunca muere del todo, puede mutar, pero siempre subyace. La rosa muere
y se convierte en abono de un nuevo amor y así la humanidad ha ido creciendo,
pero ese amor convertido en abono es el mismo que antes estaba en la erguida
rosa. Nunca des al amor por muerto, porque siempre te acecha, milagrosamente,
te ronda y te atrapa. Es más fácil que
el amor te dé por muerto a ti, si caes en la monotonía y en el letargo, por eso
nunca te rindas en su búsqueda y en su preservación.
¿Y quién no quisiera ser esa rosa que es regada cada día con amor,
protegida de los peligros que nos acechan, podada y adornada con suma
delicadeza? Esa rosa que irradia la belleza de la simplicidad, el olor de la
dulzura, el tallo de la inocencia y el color de la pasión.
Tu eres esa rosa que quiero proteger, abrigar, defender; la que quiero
oír cómo desea, cómo se queja y también quiero escuchar tus silencios. Todo lo que
hay en ti tiene sentido en mí, y mi dedicación hacia ti y la tuya hacia mí, es
lo que nos hace únicos por encima de nosotros mismos. Nada más deseable que ser
domesticado por un corazón entregado y eso lo tienes asegurado desde el día que
apareciste en mi vida.
Muchas personas son aparentemente bellas y los sentidos nos inclinan
hacia ellas, pero están vacías. Desconfía de ellas. Pero cuando encuentres a
quien lejos de estar vacía, está llena de buenos sentimientos y te colma con
ellos, entonces merece la pena morir por esa persona, y tú, lejos de sólo
llenarme, me sacias y sin duda eres por quien merece la pena vivir y morir.
Hoy te veo como una pequeña rosa, como un capullo que apenas asoma sus
pétalos buscando la luz que te alimente y guíe. Poco a poco verás como tu
jardinero, con cariño y paciencia, te va modelando, y tú, a su vez, sin darte
cuenta, le modelas a él. Porque en mis cuidados hacia ti está mi propia
recompensa, esa es la esencia del amor.
Todos crecemos e incluso nos llegamos a creer perfectos,
indestructibles, pero nunca olvides que eres una frágil rosa que no puede vivir
sin mis cuidados, como yo no podría vivir sin verte crecer y abrirte a la luz
con todos tus pétalos desplegados.
Lejos, muy lejos, yo ya no estaré aquí, llegará el día de la poda, pero
cuando eso ocurra guardaré un pétalo tuyo en el álbum de la vida, para saber y
recordar que fuiste parte de mí y yo de ti. Nunca te creas tan importante para
pensar que no necesitas de mis cuidados, porque no sólo te equivocarás, sino
que te frustrarás cuando descubras que en el fondo eras sólo una rosa, una
maravillosa rosa, mi rosa.
Entonces apareció el zorro.
–Buenos días –dijo el zorro.
–Buenos días –respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.
–Estoy acá –dijo la voz – bajo el manzano...
–¿Quién eres? –dijo el principito –. Eres muy lindo...
–Soy un zorro –dijo el zorro.
–Ven a jugar conmigo –le propuso el principito–. ¡Estoy tan triste!...
–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado.
–¡Ah! Perdón –dijo el principito.
Pero, después de reflexionar, agregó:
–¿Qué significa “domesticar”?
–No eres de aquí –dijo el zorro – ¿Qué buscas?
–Busco a los hombres –dijo el principito –.¿Qué significa “domesticar”?
–Los hombres –dijo el zorro – tienen fusiles y cazan.
¡Es muy molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?
–No –dijo el principito –. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”?
–Es una cosa demasiado olvidada –dijo el zorro –. Significa “crear lazos”.
–¿Crear lazos?
–Sí –dijo el zorro–. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos.
Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros.
Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
–Empiezo a comprender –dijo el principito. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
–Es posible –dijo el zorro –. ¡En la Tierra se ve toda clase de cosas...!
– ¡Oh! No es en la Tierra –dijo el principito.
El zorro pareció muy intrigado:
–¿En otro planeta?
–Sí.
–¿Hay cazadores en ese planeta?
–No.
–¡Es interesante eso! ¿Y gallinas?
–No.
–No hay nada perfecto –suspiró el zorro.
Pero el zorro volvió a su idea:
–Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conocerá un ruido de pasos que será diferente de todos los otros.
Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...
El zorro calló y miró largo tiempo al principito:
–¡Por favor... domestícame! –dijo.
–Bien lo quisiera –respondió el principito –, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
–Sólo se conocen las cosas que se domestican dijo el zorro. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
–¿Qué hay que hacer? –dijo el principito.
–Hay que ser muy paciente –respondió el zorro –.Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente volvió el principito.
–Hubiese sido mejor venir a la misma hora, dijo el zorro. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré.
A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
–¿Qué es un rito? dijo el principito.
–Es también algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora, de las otras horas. Entre mis cazadores, por ejemplo, hay un rito, el jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores bailaran no importa cuándo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Así el principito domesticó al zorro.
Y cuando se acercó la hora de la partida:
–¡Ah!... –dijo el zorro–. Voy a llorar.
–Tuya es la culpa –dijo el principito–. No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara...
–Sí –dijo el zorro.
–¡Pero vas a llorar! –dijo el principito.
–Sí –dijo el zorro.
–Entonces, no ganas nada.
–Gano –dijo el zorro–, por el color de trigo.
Luego agregó:
–Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás…que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver nuevamente a las rosas:
–Ustedes no son en absoluto parecidas a mi rosa: no son nada aún –les dijo. Nadie las ha domesticado y no han domesticado a nadie. Son como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Y las rosas se sintieron bien molestas.
–Son bellas, pero están vacías –les dijo todavía. No se puede morir por ustedes.
Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse.
Puesto que ella es mi rosa.
Y volvió donde el zorro.
–Adiós –dijo.
–Adiós –dijo el zorro–. He aquí mi secreto.
Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón.
Lo esencial es invisible a los ojos.
–Lo esencial es invisible a los ojos –repitió el principito, a fin de acordarse.
–El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
–El tiempo que perdí por mi rosa... –dijo el principito, a fin de acordarse.
Los hombres han olvidado esta verdad –dijo el zorro– . Pero tú no debes olvidarla.
Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.
Eres responsable de tu rosa...
–Soy responsable de mi rosa... –repitió el principito, a fin de acordarse.
–Buenos días –dijo el zorro.
–Buenos días –respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.
–Estoy acá –dijo la voz – bajo el manzano...
–¿Quién eres? –dijo el principito –. Eres muy lindo...
–Soy un zorro –dijo el zorro.
–Ven a jugar conmigo –le propuso el principito–. ¡Estoy tan triste!...
–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado.
–¡Ah! Perdón –dijo el principito.
Pero, después de reflexionar, agregó:
–¿Qué significa “domesticar”?
–No eres de aquí –dijo el zorro – ¿Qué buscas?
–Busco a los hombres –dijo el principito –.¿Qué significa “domesticar”?
–Los hombres –dijo el zorro – tienen fusiles y cazan.
¡Es muy molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?
–No –dijo el principito –. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”?
–Es una cosa demasiado olvidada –dijo el zorro –. Significa “crear lazos”.
–¿Crear lazos?
–Sí –dijo el zorro–. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos.
Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros.
Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
–Empiezo a comprender –dijo el principito. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
–Es posible –dijo el zorro –. ¡En la Tierra se ve toda clase de cosas...!
– ¡Oh! No es en la Tierra –dijo el principito.
El zorro pareció muy intrigado:
–¿En otro planeta?
–Sí.
–¿Hay cazadores en ese planeta?
–No.
–¡Es interesante eso! ¿Y gallinas?
–No.
–No hay nada perfecto –suspiró el zorro.
Pero el zorro volvió a su idea:
–Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conocerá un ruido de pasos que será diferente de todos los otros.
Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...
El zorro calló y miró largo tiempo al principito:
–¡Por favor... domestícame! –dijo.
–Bien lo quisiera –respondió el principito –, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
–Sólo se conocen las cosas que se domestican dijo el zorro. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
–¿Qué hay que hacer? –dijo el principito.
–Hay que ser muy paciente –respondió el zorro –.Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente volvió el principito.
–Hubiese sido mejor venir a la misma hora, dijo el zorro. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré.
A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
–¿Qué es un rito? dijo el principito.
–Es también algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora, de las otras horas. Entre mis cazadores, por ejemplo, hay un rito, el jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores bailaran no importa cuándo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Así el principito domesticó al zorro.
Y cuando se acercó la hora de la partida:
–¡Ah!... –dijo el zorro–. Voy a llorar.
–Tuya es la culpa –dijo el principito–. No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara...
–Sí –dijo el zorro.
–¡Pero vas a llorar! –dijo el principito.
–Sí –dijo el zorro.
–Entonces, no ganas nada.
–Gano –dijo el zorro–, por el color de trigo.
Luego agregó:
–Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás…que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver nuevamente a las rosas:
–Ustedes no son en absoluto parecidas a mi rosa: no son nada aún –les dijo. Nadie las ha domesticado y no han domesticado a nadie. Son como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Y las rosas se sintieron bien molestas.
–Son bellas, pero están vacías –les dijo todavía. No se puede morir por ustedes.
Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse.
Puesto que ella es mi rosa.
Y volvió donde el zorro.
–Adiós –dijo.
–Adiós –dijo el zorro–. He aquí mi secreto.
Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón.
Lo esencial es invisible a los ojos.
–Lo esencial es invisible a los ojos –repitió el principito, a fin de acordarse.
–El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
–El tiempo que perdí por mi rosa... –dijo el principito, a fin de acordarse.
Los hombres han olvidado esta verdad –dijo el zorro– . Pero tú no debes olvidarla.
Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.
Eres responsable de tu rosa...
–Soy responsable de mi rosa... –repitió el principito, a fin de acordarse.