Desde la caída del muro de
Berlín, Rusia ha pasado por una fase de gran depresión económica y social en la
que apenas podían poner a navegar más de dos destructores y su aviación militar
estaba en tierra. Sus tropas pasaban hambre y se veían incapaces de mantener
los frentes de insurgencia en el sur del país y en las antiguas regiones
soviéticas. Desde la llegada de Putin al poder, el presupuesto de defensa ruso
se ha multiplicado por siete, ha lanzado nuevos programas de armamento
incluyendo nuevos misiles nucleares, algunos de ellos desplegados en trenes en
movimiento para evitar su destrucción. Desde 2005 Rusia, sin hacer mucho ruido
en la esfera internacional, ha sido capaz de generar una capacidad militar que
en le era de la distensión y el buenismo occidental, resulta mucho más letal
que la de la antigua Unión Soviética sin haber abandonado sus ansias
expansionistas.
La tercera fase, comenzó con la
intervención en Ucrania y los continuos escarceos de la aviación rusa sobre
Europa, incluyendo sobrevuelos de aviones con capacidad nuclear sobre los países
de Europa Occidental. La invasión de Crimea constituyó sin duda la primera
prueba de fuego. De forma parecida a como hizo Hitler en el territorio de los
sudetes, Rusia puso a prueba la capacidad de respuesta política y militar de
Occidente, ¿y qué ocurrió?; nada. En un mes después de la invasión se reunía el
consejo de ministro de la Federación rusa en Sebastopol. Mientras la
intervención rusa en Ucrania es un clamor, y a estas alturas es evidente que
Rusia planea un golpe definitivo para anexionarse las republicas prorrusas a
final de año cuando convenzan a la opinión pública internacional que el régimen
de Kiev ha incumplido los acuerdos de Minsk. Es una historia que se repite en
otros modelos de expansionismo de los últimos siglos.