Desde 1945, Europa ha pasado
por momentos políticos y económicos muy difíciles. La posguerra; la
descolonización, la Guerra Fría, la emigración del sur de Europa al norte;
también ha soportado crisis económicas como la derivada de la crisis del petróleo
de 1973. Incluso durante muchos años, los inmigrantes ya fueran de las colonias
francesas de África; de Turquía en Alemania o de la Commonwealth eran recibidos
con los brazos abiertos ante la necesidad de mantener un crecimiento económico
y suponiendo una superioridad
moral de los europeos frente a sociedades ancladas en la miseria. Todos estos
cambios no produjeron grandes revoluciones en la economía ni en las sociedades.
En los últimos años los mal
llamados populistas han tenido una creciente presencia en la vida política
europea, especialmente en Francia desde que Jean Marie Le Pen fundara el Frente
Nacional, pero el fenómeno del radical nacionalismo ha cobrado fuerza en los últimos
diez años, como no lo había tenido desde 1945. De hecho desde la elección de
Trump hasta finales de 2017, puede producirse una involución en Europa que si
se cumplen los peores pero previsibles designios, significaría el final de la
Europa que hemos conocido en los últimos setenta años, devolviéndonos a los
fantasmas del pasado, aquellos que tuvieron al continente en continuas guerras
desde 1500 hasta 1945.
Por una parte, tenemos los
fenómenos populistas mas arraigados en la izquierda radical como Syriza,
Podemos, Movimiento cinco estrellas, etc. que han ganado posiciones en los
países con las economías más débiles, especialmente en el sur de Europa,
sociedades en los que el estado se ha convertido en el benefactor de sociedades
que no han terminado de dar el salto al capitalismo, y que confían en el gobierno
para resolver sus problemas. Son
movimientos que anclados en la filosofía marxista consideran que existe una
alienación de las capas más débiles de la sociedad causada por los poderosos,
en su retórica simplificadora y que el estado debe ser el opresor de los
dirigentes, de los que han explotado a los pueblos, para devolver a la sociedad
al sueño del equilibrio igualitario. Mi impresión es que estos movimientos ya
están en crisis ante los mensajes más simples pero efectivos del radicalismo
nacionalista.
Frente a los populistas,
encontramos a los partidos radical nacionalistas que triunfan en centro Europa,
en países con economías más sólidas, con tasas de paro más pequeñas, en los que
han pervivido de forma latentes actitudes que creíamos desaparecidas en Europa
tras el fin del nazismo y el holocausto. Hoy en día en muchos países de la
vieja Europa, el enemigo es la Unión Europea; el vecino o el refugiado. Nunca
como hasta ahora se había percibido tanto miedo en las sociedades europeas
desde el auge de los nacionalismos y comunismos en los años treinta ¿ Pero
miedo a qué?
Pero antes de contestar a esta
pregunta, es necesario dar un repaso a la situación en Europa para comprender
que ya no se trata de un movimiento incipiente o minúsculo, o concentrado en
determinados países o capas sociales.
Hoy día cuatro de diciembre,
Austria elige a su presidente entre un ecologista que congrega a su alrededor a
todos los movimientos progresistas austriacos, y en frente suyo el
ultranacionalista austríaco Norbert Hofer que cerró su campaña electoral en
Viena animando a sus compatriotas a volver a sentirse "orgullosos" de
su país. Hay que tener en cuenta que el Partido de
la Libertad, es una de las formaciones de extrema derecha mejor implantadas en
Europa desde hace décadas; en un país que siempre se ha manifestado con fuertes
sentimientos nacionalistas derivados de su condición imperial y germánica. La
apacible sociedad austriaca no ha sido capaz de digerir a los 150.000
inmigrantes que han llenado sus calles y estaciones procedentes de Siria, Libia
o Afganistán. Este ha sido el tema central de la campaña ya que la vida pacífica,
casi idílica de los austriacos se ha visto cercenada, de golpe ante una inmigración
despreciada, repentina y masiva que ha transformado sus calles y plazas en
lugares inhabitables.
El referéndum de Italia, como
casi todos los referenda que últimamente plantean los políticos, tiene todo el
aspecto de ser una nueva derrota para el convocante, en este caso Renzi, que
abandonará el cargo en las próximas 72 horas. ¿Alguien se acuerda cuál fue el
último gobierno que organizó un referéndum y lo ganó? Se ha creado tal desapego
en las sociedades con respecto a su clase política, que da igual lo que se
pregunte; cualquier oportunidad es buena para tumbar al gobierno y forzarle a
cambiar el rumbo sin saber muy bien hacia dónde. Que Italia, con una banca en
la UCI, con una deuda pública superior al 132% del PIB y con un crecimiento
casi nulo entre en un periodo de inestabilidad política, es el peor escenario
para Europa y en particular para España. Si Italia cae y necesita de un rescate
que de una forma u otra es inminente, los efectos sobre nuestra todavía débil economía
serán desastrosos. Y aquí sí nos encontramos ante un hecho diferencial que ahondará
como nunca las divisiones entre el Norte y el Sur.
En Italia conviven los dos
movimientos; el populismo anarco-izquierdista del Movimento Cinque Stelle de
Beppe Grillo, y el nacionalismo de
derechas que engloba a la xenófoba Liga Norte y al partido del renacido, a sus
80 años, Silvio Berlusconi. Todos unidos para derribar al gobierno, para luego
enfrascarse en un enfrentamiento inevitable que arrollará a los partidos
moderados italianos. El no de Italia puede tener consecuencias mucho más
desastrosas para la Unión Europea que el Brexit.
La
antiinmigración también ha colocado a neonazis en el Parlamento de Eslovaquia donde la extrema derecha entró
en el Parlamento con 14 escaños sobre 150 para el partido Nuestra
Eslovaquia fundado en 2012 y hostil a los rumanos, a la OTAN y a la Unión
Europea. Su presidente Marian Kotleba
es considerado por sus opositores como un neonazi. Aunque su presencia política no es muy relevante, obligó al
actual gobierno de centro-izquierda, Robert Fico, a un discurso claramente
contrario a las inmigraciones. Y esta es una consecuencia del crecimientos de
radicales; que están dirigiendo a la clase política hacia sus postulados para
no ser arrollados por los populismos.
En Hungría:, el primer ministro
Viktor Orban, presidente del Fidesz (populista), en el poder desde 2010,
ha venido acentuando su discurso nacionalista y anti inmigración. Sin embargo
lejos de capitalizar a toda la ultraderecha, su retórica está beneficiando al
Jobbik de extrema derecha de Gabor Vona,
quien brinda otro toque a su discurso, incluyendo al antisemitismo en su odio a
la diferencia en la mejor línea nacionalsocialista, y que ambiciona destronar
al Fidesz en las legislativas de 2018.
En Polonia, el partido conservador y euroescéptico Derecho y Justicia volvió
al poder en 2015. Su líder, Jaroslaw
Kaczynski, ha advertido contra los "parásitos" de los
refugiados y pregona cada vez con mayor vehemencia un discurso anti alemán y
ruso, en el mas rancio nacionalismo polaco del siglo XIX. El gobierno está
enfrentado desde julio con la Comisión europea por asuntos concernientes a la
independencia de su poder
judicial. Las diferencias con la UE están provocando un terremoto político
diario en Polonia; todos los días la clase política alude a la traición de
Europa a Polonia; una vez mas hablan del reparto de Polonia entre Europa y
Rusia, lo mismo que hace doscientos años.
En Finlandia, tras obtener un 17,65% de los votos en las legislativas de
abril de 2015 (38 diputados sobre 200), el partido antiinmigración y euroescéptico de los Verdaderos Finlandeses participa en el gobierno de coalición. Su
presidente Timo Soini, ministro de Relaciones Exteriores ha admitido que su
formación saca partido de la crisis migratoria y de acusar a los países del sur
de despilfarrar el dinero que ahorran los nórdicos, Mensajes que calan con gran
porosidad en la sociedad finesa.
Para
continuar en la burbuja nórdica, en la plácida Noruega, por primera vez en 40
años el partido del Progreso de extrema
derecha nacionalista accedió al gobierno en octubre de 2013 integrando una
coalición dominada por los conservadores.
En diciembre de 2015, una de sus responsables, Sylvi Listhaug, fue designada al
frente de un nuevo ministerio, el de Inmigración e Integración, ni más ni
menos.
También
en Dinamarca, el Partido Popular Danés es un socio ineludible para los gobiernos
liberales. Obtuvo el 21,1% de los votos en las legislativas de 2015 y
reivindica la medida de confiscación de bienes de valor a los migrantes para
financiar su acogida que entró en vigor desde comienzos de febrero y se
posiciona como la alternativa al gobierno liberal o socialdemócrata en las
próximas legislativas.
En Suecia, los demócratas
nacionalistas y xenófobos continúan creciendo en las encuestas que los sitúan
cerca del 20% de votos de cara a las elecciones de 2018. El partido ha
aumentado de forma brutal su afiliación hasta alcanzar los 250.000; todo un
éxito en un país de apenas diez millones de habitantes.
En
el Reino Unido, el Brexit del 23 de junio, marca la
concreción más espectacular del éxito de los populismos. Diane James, nueva
presidenta del partido antiinmigración y eurófobo UKIP, ambiciona convertirlo
en la primera formación opositora, en lugar del Partido Laborista y espera
canalizar este apoyo en las próximas elecciones locales del próximo cuatro de
mayo, donde además habría que considerar el voto de los partidos
independentistas en Escocia y Gales.
El próximo siete
de mayo se celebrará la primera vuelta de las: elecciones presidenciales en
Francia. Aunque las encuestas sugieren que el conservador
François Fillon tiene más posibilidades que Marine Le Pen, tendrán que ser
los votantes de izquierda los que salven la presidencia de Fillon en la segunda
vuelta. Incluso si Le Pen no gana pero alcanza el tercio de los votos que le
auguran las encuestas, sería un gran espaldarazo de cara a las legislativa
francesas en las que el Frente Nacional podría ser el partido más votado. Una
circunstancia para la que Europa no está preparada.
En Holanda el Partido para la Libertad (PVV,
extrema derecha, 12 diputados), creado en 2006, se encuentra al frente en los
sondeos de cara a las legislativas de marzo de 2017. Lanzó en particular su
campaña afirmando querer "cerrar todas las mezquitas" y
"prohibir el Corán". Su líder Geert Wilders también quiere convocar a
un referéndum sobre la salida de Holanda de la UE y una vez más la amenaza de
un país clave en la construcción europea.
Finalmente, el próximo 22
de octubre serían las elecciones en Alemania. Todos los sondeos indican que
Angela Merkel será elegida para un nuevo mandato. Pero la extrema derecha
obtendría un buen resultado, “Alternativ fur Deutschland (AfD) obtiene un 13%
en las encuestas, suficiente para ser relevante en las decisiones importantes
en el Bundestag y ser una constante fuente de agitación. Ya tenemos muy malas
experiencias en Alemania con minorías de este tamaño, agitadoras y subversivas
a finales de los años veinte..
Pero regresando a la
cuestión de los miedos. Podemos afirmar que tanto el nacionalismo radical como
los movimientos antisistemas obedecen a una pauta común: una simplificación
intencionada del racionalismo político. El proceso de la política y más bien
del gobierno, es complejo y basado en equilibrios inestables. La mayoría de
estas bases ni son explicadas ni comprendidas; mientras han sido útiles a la
sociedad, han servido y no han sido cuestionadas; pero cuando la sociedad no ha
encontrado en la política la satisfacción anhelada, la reacción ha sido
inmediata.
Los populistas no son
nuevos en la vida política, ya se hicieron famosos en la monarquía romana; su
tendencia a la simplificación busca llegar al corazón de las personas
defraudadas con mensajes muy simples pero eficaces. La asignación de causas
exógenas a sus problemas; la exaltación del ego individual o colectivo y el
desprecio por la diferencia constituyen sus instrumentos. Sin embargo la
pregunta que surge a continuación es ¿Por qué este fenómeno es tan acentuado en
las cultivadas y ricas sociedades occidentales? La respuesta la tiene Charles
Darwin.
Durante siglos y hasta
mediados de los años sesenta, la sociedades occidentales se acostumbraron al
sufrimiento que formaba parte de su vida diaria. Las persecuciones religiosas,
los movimientos migratorios, las enfermedades y epidemias; el despotismo, la
esclavitud, el estado natural de la guerra, curtieron a un ser humano
acostumbrado a vivir con el dolor y con la incertidumbre. No había ni contratos
de trabajo estables, ni sanidad universal, ni vacunas y el irracionalismo se
amparaba tras las estructuras totalitarias haciendo que la vida de la gran
mayoría de la población fuera un ejercicio de supervivencia física, la
emocional les estaba negada a la inmensa mayoría. Hasta tal punto que David
Hume denominaba a las enfermedades mentales problemas de ilustrados.
Los gobiernos nacidos de
la Posguerra, disfrutaron de una revolución industrial, tecnológica y económica
que permitieron abordar reformas que tuvieron un efecto enorme, gigantesco en
la inmensa mayoría de las sociedades. La educación universal, la sanidad
pública, la estabilidad laboral, la democracia, el respeto a los derechos
humanos fueron auténticas revoluciones sociales que nos cambiaron más en dos
generaciones que en las cincuenta anteriores.
El transcurso de décadas
de estado bienestar, de paz, de prosperidad han curtido a un hombre occidental
nuevo. En la memoria, casi olvidada han quedado el holocausto, los bombardeos
de las ciudades, las millones de violaciones. La mente humano para evitar la
depresión colectiva se ha instalado en el negacionismo o en el olvido, y sólo
tiene como objetivo el presente y el futuro, sin considerar los acontecimientos
y errores del pasado. El Homo Occidentalis es un ser que no necesita cazar, ni
sufrir, muy al contrario puede tener una vida digna y lo último que desea es un
cambio de estatus. El nuevo hombre es temeroso de los cambios, de la
diferencia, porque considera que amenaza su estabilidad. Por esta razón
movimientos que durante siglos fueron considerados como parte de la propia
evolución social son vistos ahora como amenazas. El populismo ha abierto los
ojos de las gentes acusando al sistema de querer destrozar la obra acumulada en
estas ultimas décadas.
El nacionalismo ensalza
el ego frente a civilizaciones inferiores que todavía viven ancladas en el
sufrimiento consecuencia de su retraso evolutivo. El problema para Occidente es
que el Homo Orientalis, por denominarle de alguna manera, es inmensamente
superior por su capacidad y actitud para el sufrimiento y aquí radica la
amenaza y el miedo. Por primera vez, sentimos que los invasores pueden
destruirnos, que acabarán con esta barrera que hemos construido denominada
estado de bienestar. Incluso la debilidad nos impide abordar el problema con
ambición o seguridad. Las sociedades no quieren ser invadidas pero tampoco
están dispuestas a asumir el sufrimiento de la defensa; odian la guerra como la
máxima expresión de su decidida voluntad nihilista que sólo tiene como objetivo
el bienestar social y mental. De manera que ante la amenaza, lejos de
fortalecernos y defendernos, optamos por la vía fácil, la xenofobia, el cierre
de fronteras. Este proceso se repite en cada uno de los estados donde hemos
asistido a procesos electorales recientes. Es lo que piensa el votante de
Trump, del Brexit, de los radicalismos, de los nacionalismos, de los
antisistemas.
El populismo de
izquierdas sin embargo ya ha entrado en crisis. Se debate entre insertarse en
el sistema como una nueva izquierda moderada o en la algarada callejera. En los
países más pobres, el enemigo de fuera no es percibido todavía como una
amenaza. Es un posicionamiento político más anclado en la lucha de clases, ya
superada en el norte de Europa. El enemigo es el rico, el banquero y contra él
dirigen sus ataques como el causante de su estado de malestar. El enemigo es
también el europeo rico que no es solidario. Una vez más el problema es
exógeno; el pueblo es el sufridor y el causante es ajeno a nosotros mismos. Una
simplificación más del racionalismo político.
Pero lo que resulta
evidente es que lo que está en cuestión no es Europa, es el racionalismo
político, que lejos de alentar el enfrentamiento para resolver los problemas, se
ha instalado en la socialdemocracia ideal que como cualquier modelo político no
es perfecto, pero éste menos porque no es sostenible económicamente. Han sido
los modelos políticos imperantes en estos cincuenta años los que han ido atemperando
las amenazas con un estado público creciente pero insostenible. Los gobiernos
ha sido “papi estado” empeñado en evitar nuestro sufrimiento inmediato a
cualquier precio. Hoy Italia, España, Francia, Portugal, Grecia son estados
casi fallidos económicamente, y sólo falta un golpe de ficha de dominó para que
todas estas vergüenzas salgan a la luz.
Los países del norte y centro de Europa ya han situado al enemigo fuera
de sus fronteras, y poco importará que sea sirio o español o griego. Cuando se
sientan amenazados dejarán caer el principio de solidaridad y será el comienzo
del fin para Europa como entidad política. Si la nueva Europa va a tener como
único sostén a Alemania y sus estados satélites, el proceso de construcción
europea se habrá terminado, y los demás estamos haciendo todo lo posible para
que así sea.
Las expectativas
económicas son tan negativas para Europa ya sea por la ralentización del crecimiento,
los déficits acumulados - hay una inmensa mayoría de países en Europa que no
han conocido más de cinco años de superávit presupuestario desde el final de la
Segunda Guerra Mundial-; lo que hace inviable un modelo perdurable
en el tiempo, que no habrá economía que puede presentar una alternativa al radicalismo.
Pero la demografía será
la puntilla; cuanto más invertida sea la pirámide poblacional, mas temerosos y
débiles nos volveremos; y como además seremos mucho más pobres, nos aferraremos
a cualquier palo que nos ofrezca una tabla de salvación. Muchos sabemos que
este salvador generoso y siempre dispuesto no existe; pero el Homo Occidentalis
ha decidido no luchar para sobrevivir y triunfar, sino esconder la cabeza,
aislarse y pensar que así no le salpicarán los desastres del mundo exterior,
como si eso fuera posible.
De lo que pase en estos
procesos electorales dependerá el futuro del mundo y en particular el de
nuestro continente y estamos más cerca de dejar a Europa desangrada que
vigorizada, más cerca del caos, que será lo que siga a este proceso de cerrazón
populista como el siguiente paso lógico de este proceso de autodestrucción, que
de la autoregeneración. Así es la evolución humana; necesitamos destruirnos un
poco para reaccionar y seguir viviendo; todo los demás forma parte de este
proceso de desangrado al que estamos sometiendo a Europa que nos arrastrará a
todos a un caos con consecuencias impredecibles.
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