miércoles, 22 de mayo de 2024

ES LA HORA DE PARAR AL POPULISMO

 




 

Un nuevo fantasma recorre Occidente: el fantasma del populismo. No ha existido en la historia de la humanidad nada tan doloroso, dañino e inmoral como el empeño de unos pocos privilegiados de dominar el mundo, no para enriquecerlo, ni siquiera para hacerlo progresar, sino simplemente para dar satisfacción a sus ambiciones más profundas: poder, riqueza, superioridad y legitimidad.

 

Cuando la democracia se extendió por Occidente, de nuevo, después del terrible lapsus que representaron los totalitarismos y los nacionalismos de los años veinte y treinta, llegamos al convencimiento de que nos habíamos librado de esa amenaza para siempre, y que el poder del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo que definió Abraham Lincoln, nos inocularía de tan maligno virus; que nunca más nadie se interpondría entre nosotros y el bien común, el de todos los seres humanos, sin distinción. Pensamos que teniendo los mismos derechos, nadie osaría pretender regresar a aquel pasado lúgubre, pero caímos en el error. Los hombres y mujeres fuimos creados débiles y temerosos, y esto nos hace vulnerables a los ojos de los que carecen de moral.

 

¿Qué ha pasado en este siglo que debía ser de reconciliación de la humanidad consigo misma para que el fanatismo esté ganando la partida?; ¿tan mal estamos para que algunos iluminados nos puedan llevar a ese lado oscuro de la historia que nos empeñamos en revivir cada cierto tiempo?

 

¿Qué es ese fantasma que llamamos erróneamente populismo? Es el mismo arrogante poder absoluto que hemos sufrido a lo largo de la historia. Se arrogan de ser liberadores, tal como Hitler o Putin hicieron a lo largo de sus historias; se dicen amantes de la libertad, pero solo cuando se usa dentro de sus márgenes, que por supuesto definen ellos. Hablan de defender los derechos individuales, pero los niegan y se mofan de ellos cuando conducen a un territorio que contradice su moral.

 

Ya no se disfrazan, no tienen pudor en mentir, amenazar, insultar, igual que aquellos señores feudales que se sentían empoderados por ese derecho divino que ellos mismos crearon, por una especie de poder abstracto inventado por ellos pero que en el fondo es un Armagedón en sus manos: la patria, Dios, la moral, las buenas costumbres, la superioridad racial, todo el entramado que crearon para auto justificarse y propagar el dolor y el mal sobre todos los demás. Dicen servir a la sociedad, pero solo piensan en su parte de la sociedad, los demás les sobran, no tienen derecho a nada porque están en el lado equivocado y solo merecen su condena.

 

Hace cuarenta años, un candidato a la presidencia, Gary Hart, tuvo que renunciar a la carrera por la Casa Blanca por un affaire con una secretaria; hoy Trump se sienta en el banquillo acusado de sobornar a una actriz porno con la que tuvo relaciones para que no impidiera que el pueblo americano le votara engañado. No quiere tener la voluntad popular sino los votos y si no están se inventan; está dispuesto a mentir y propagar la mentira para alcanzar el poder, y ese proceder es el mayor enemigo posible que tiene la democracia. ¿Por qué Trump sí puede hacer lo que Hart no pudo?, porque los poderosos se creen todavía con el derecho a la prima notte, se suponen tan superiores a la humanidad que la desprecian, como desprecian la ley y la voluntad del pueblo, exactamente igual que aquellos reyes absolutistas que despreciaban la miseria que sufrían sus pueblos, porque eran siervos, estaban para sufrir. Hoy siguen embestidos de esa autoridad para negar los derechos a los demás.

 

Pero, ¿por qué aquellos que serán maltratados apoyan los movimientos populistas? Porque nos dicen lo que queremos oír, nos jalean diciendo que somos superiores, que las razas inferiores amenazan nuestro modo de vida, el mismo que pretenden destruir, que el estado roba a los ciudadanos para alimentar a todos aquellos que temen y odian. Nos recuerdan que los hombres siguen teniendo la autoridad sobre la mujer porque Dios así lo dijo. En definitiva, nos dicen lo que todo atemorizado quiere escuchar, y si no lo estaba, entonces siembran en las personas la semilla del mal y del miedo, para que convencidos de los males, se echen en brazos de sus supuestos salvadores.

 

 En el fondo lo que hay es temor, miedo a perder la convicción que preservan a duras penas, miedo a un mundo en el que sienten que no encajan, odio hacia el diferente porque quizás los pone en evidencia, miedo en definitiva a la libertad. Es un fantasma que nace para combatir al diferente y prevalecer, y lo peor es que puede ganar.

 

Debemos detener a ese fantasma, porque si vence, destruirá toda nuestra civilización, quemarán los libros que los contradigan y no olvidemos la terrible premonición de Heinrich Heine de 1820 : «donde se queman libros se acaba quemando personas» los pensamientos, todo aquello que suponga una amenaza será destruido y no tendrán escrúpulos para imponer su modelo y muchos los aplaudirán porque su egolatría se habrá visto reconfortada. 

 

Quizás sea tarde y ya no se pueda hacer nada, pero si estamos a tiempo debemos detenerlos, no porque nuestra ideología sea mejor, que lo es, sino para evitar que el mundo una vez más en su historia se deslice en un pozo sin fondo de inmoralidad, injusticia, sin libertades y derechos. No olvidemos que los liberticidas siempre actúan en nombre de la libertad.

 

Lo que más temen es precisamente el avance social, moral, económico del mundo, la globalización, la multiculturalidad, todo aquello que puede destruirles. Temen que a este paso llegará un momento en que serán irrelevantes. Nos inyectan a diario con toneladas de información sobre los peligros que suponen todos estos progresos para que compartamos su temor y actuemos de manera simple y contundente para eliminar el miedo, que es destruir las supuestas causas.

 

La diferencia entre el fascismo y el comunismo, los dos grandes movimientos totalitarios, es que el primero quería destruir el futuro y el segundo el pasado, pero a ninguno les importaba lo más mínimo destruir el presente. No fue la izquierda quién alertó de estos movimientos, sino los demócratas conservadores y liberales y socialdemócratas los que advirtieron del peligro y movilizaron a la sociedad contra la propagación del mal absoluto. 

 

Hay otra clase de populismo sobre el que debemos estar alerta, es aquel que carece de cualquier empoderamiento moral, intelectual o ideológico. Comparte con el anterior la creencia de hallarse en posesión de la verdad, verdad que puede modelar a su antojo. Igual que los anteriores, utilizan la mentira, los ardides, los secretismos, los encuentros palaciegos para golpear contra la inmensa mayoría. Se arman de principios que pueden demoler al día siguiente si ya no sirven a su causa. Su inmoralidad es todavía más peligrosa ya que al final se basa en un culto a la personalidad que se sitúa al margen y por encima de las instituciones.

 

En el mundo actual, tan interconectado y tan global, donde cada persona es una fuente de información o desinformación, se puede llegar a un régimen totalitario sin destruir las urnas. El voto no supone democracia, es un elemento esencial pero ni siquiera es el más importante. Lo que caracteriza a la democracia es el estado de derecho, la separación de poderes, la igualdad de todos ante la ley y el respeto a la propiedad privada. Este modelo autoritario no necesita derogar constituciones ni plantarse con las tropas en el Parlamento, actúa como un cáncer que penetra en los órganos y los consume. 

 

Esta forma de dictadura cabe en la Constitución de 1978, entendida como el poder absoluto de alguien que se somete a su única voluntad. Supedita cualquier acción política a afianzar su poder, reparte prebendas, como los reyes absolutistas hacían con los nobles afectos, destruyen conciencias como eliminan enemigos, con una adecuada y terrible desinformación. Penetran en los medios de comunicación muchos de los cuales viven al amparo del presupuesto público y que se postran ante el poder para sobrevivir. También se introducen en las empresas, decidiendo quién recibe un contrato y quién no, usando el dinero público para adquirir poder en las empresas, manipulando los precios y las estadísticas, tomando el asalto el poder judicial y el control jurisdiccional de los actos del gobierno. En definitiva, todo un aparato estatal que solo sirve para mantener un régimen autoritario con apariencia de legalidad. 

 

El poder soberano es intocable y ante él se postran todos los intereses del estado; la afrenta personal se superpone a la nacional, porque el líder es un Dios auto-ungido, como hicieron aquellos terribles emperadores romanos, capaces de elevar a los altares a un caballo como prueba del desprecio que sentían por todos.

 

Nada se interpone en su camino. Son capaces de dejar al país aislado, desconectado de sus aliados y próximos a los que no lo son, simplemente para demostrar su poder; se enfrentan a tirios y troyanos solo para glosar su figura. La cercanía de la campaña electoral se convierte en una apuesta por ver cómo influir en la voluntad popular, encargando encuestas mentirosas, adoptando decisiones populistas que no necesitan llevar al Parlamento, rompiendo consensos solo para movilizar el voto, y si no sale como se esperaba, otro año y vuelta a empezar hasta que los demás se cansen. 

 

Cuando se sientan empoderados por su autocracia comenzarán con el proceso de eliminación de la oposición que será acusada como en Venezuela de traición, con una apariencia de justicia popular ya controlada que dictamine como cierto lo falso, como justo, lo injusto y como liberador lo opresor

 

Es la hora de detener a estos populistas que van a destrozar la sociedad y todo el progreso conseguido en estas décadas de prosperidad y de posicionamiento internacional. Pero solo podemos confiar en la gran mayoría de la base social que creció y se crió en los principios de libertad, igualdad y fraternidad para detenerlos, ya que todos los populismos se retroalimentan para expulsar de los sistemas políticos a la racionalidad y la moderación, ninguno de ellos nos apoyará. Debemos hacerlo ahora, seguramente el año que viene será ya tarde.

 

No hay comentarios: