lunes, 20 de mayo de 2024

Hay que subir los salarios medios







 

Durante los últimos años, el gobierno ha puesto el énfasis en subir el Salario Mínimo Interprofesional, lo que sin duda parece una medida justa teniendo en cuenta el alto número de perceptores de esta miseria. Sin embargo, esta subida, no ha  supuesto un incremento generalizado de las rentas, ya que la actualización del SMI no ha presionado al alza a todos los sueldos más cercanos en la banda baja, sino que ha conllevado que haya más asalariados con el nuevo SMI. Es decir, se ha beneficiado a un colectivo que supone alrededor del 12% de la población laboral afectando de forma negativa a la competitividad en el corto plazo, al tratarse de una medida no asociada a mejoras en la producción o en el servicio, y no ha empujado a la cadena salarial en su conjunto hacia arriba.

 

Esta subida de los sueldos con menor capacitación acercándolos a los sueldos medios de licenciados y diplomados, constituye un peligroso incentivo negativo que está ya produciendo efectos muy distorsionadores en el mercado laboral. Una persona con el SMI más las ayudas y beneficios que le corresponden, se acerca peligrosamente a los salarios que exigen de una titulación o de una capacitación más alta. La  primera consecuencia es que los jóvenes orientan su formación hacia dónde va el mercado, básicamente a la Administración y a la hostelería y turismo, que este año alcanzará cifras récords en nuestro país. Salvo las aspiraciones vocacionales, el esfuerzo de prepararse no se justifica y esto es una tragedia.

 

La economía va bien, como un cohete, pueden aplicarse los términos que se quieran, pero los datos no apuntan esa dirección. Desde el primer trimestre de 2022 al primero de este año, el empleo ha crecido en 1.084.000 personas, un 5,3%. Casi 800.000 de estos nuevos empleos han ido a las administraciones públicas (281.500) y a servicios relacionados con comercio, ocio y turismo (514.300), es decir, crecemos en la banda donde los sueldos son más bajos y el valor añadido inferior, consecuencia, nos empobrecemos globalmente. Una economía que pierde un 7% del empleo agrícola y un 25 % de la construcción en dos años, sectores básicos y tractores, o apuesta por el talento o está condenada.

 

Este gap entre nuestra población formada en nuestros colegios y universidades en los últimos veinte años y la demanda del mercado, provocan que en los últimos cinco años dos de cada cuatro empleos creados hayan sido para personas extranjeras o hijos de extranjeros, cuyo nivel de formación medio está más adecuado para los servicios con menor remuneración. Consecuencia, crecemos económicamente pero no somos capaces de colocar a nuestros licenciados en centenares de nuevas titulaciones que tenían por objetivo crear una universidad mastodóntica, pero incapaz de saciar las necesidades reales de la economía del siglo XXI.

 

Si analizamos los datos de sueldos, nuestro salario medio se sitúa en el puesto 10 de la Unión Europea, pero nuestros directores de ventas están en el puesto 26, un Project manager en el 22, un analista de datos en el 24, un desarrollador de software en el 23 y un ingeniero español en el 21. Si tenemos en cuenta que nuestro nivel de precios se encuentra alrededor de un 95% de la media de la Unión, terminamos entendiendo la descapitalización que sufre nuestra sociedad.

Según el GICI, que mide cómo de competitivo es cada país para atraer talento, España que es la economía 16 del mundo se encuentra en el puesto 29 a nivel global de atracción de talento, y dentro de la Unión Europea en el 20, siendo la quinta economía de la UE. De esta manera solo tenemos una manera de continuar creciendo que es ahondar en el modelo de sueldos bajos, turismo y Administración hasta que colapsemos todos.

 

Esta situación es dramática en determinadas profesiones esenciales para el bienestar y el crecimiento económico de nuestro país. Comencemos por la medicina, dentro de diez años tendremos un 30% menos de médicos; con la presión del envejecimiento, el resultado ya lo estamos viendo. Crece la sanidad privada que ofrece mejores sueldos frente a la pública, pero en ninguno de los dos casos la oferta de los próximos años cubrirá la demanda. Es decir, la sanidad española se muere por esta deficiente política del mercado laboral. Un segundo aspecto se refiere a las carreras técnicas. Las universidades politécnicas reducen cada año su alumnado y el talento se rifa entre las empresas como en un bazar, pero nadie hace nada para evitar esta situación por esta mala política de penalizar al capacitado para los trabajos más valiosos con una presión fiscal insoportable y con unos sueldos que visto el panorama no justifican dedicar muchos esfuerzos.

 

Quién más perjudica el modelo es la propia acción del gobierno. Las tarifas horarias que paga la Administración por servicios de ingeniería y sueldos públicos rayan en lo ridículo, y la competencia entre empresas para conseguir contratos con los grandes clientes se basa exclusivamente en precio, es decir el sistema presiona a reducir los sueldos de médicos, ingenieros, arquitectos, biólogos, etc mientras que en la hostelería no tiene ningún rubor en subir sus precios un 25% para poder pagar mejores salarios, sin reducir el margen de beneficio. La flexibilidad del precio cuando el cliente es un desarmado particular es enorme, comparada con la de una Administración o un gigante de la automoción.

 

Si nuestro modelo va a ser crecer gracias al turismo, ya que soporta el precio que se imponga por viajar, no tenemos más que ver el alza de precios de hoteles y restaurantes, tendremos que irnos a vivir a otro sitio los locales para satisfacer a los cien millones que llegarán con seguridad en 2025. La calidad de la oferta será cada vez más deficiente y el turista se acabará yendo a otros destinos, los trabajadores extranjeros que vinieron se volverán a su casa, y quedaremos los licenciados españoles para trabajar en el campo y en la hostelería, sin médicos a los que acudir y sin empresas de tecnología punta que nos garanticen participar del desarrollo económico y social de los próximos años.

 

En inadmisible que los jóvenes ingenieros cobren sueldos de 28.000 euros brutos anuales y que un médico de la seguridad social con dedicación exclusiva y guardias gane 3.000 euros netos al mes. Es aquí donde tenemos el cuello de botella de nuestro sistema económico y laboral, la razón de la desindustrialización, la razón de la enorme y continuada pérdida de capital humano. Gran parte de la responsabilidad la tiene el estado que es directa o indirectamente un gran consumidor de estos servicios y que tiene las herramientas para forzar al alza estos salarios con tarifas más elevadas.

 

Si no lo hacemos pronto, a la vuelta de treinta años el país habrá entrado en una espiral de envejecimiento, despoblación y de pérdida del tren de la competitividad internacional.

 

Veamos, qué beneficioso sería cambiar el modelo. La industria de Defensa, que está mostrando una gran capacidad para atraer talento, ser competitiva en los mercados internacionales y ganar dinero, la fórmula es pagar casi un 35% más que el resto de la industria manufacturera con paridad de sueldos entre sexos, siempre y cuando los clientes acepten costes más elevados a cambio de fomentar la economía y el conocimiento nacional.

 

Pagar adecuadamente el esfuerzo y la capacidad es sin lugar a dudas un enorme ejercicio de justicia social y de racionalidad económica. No se trata de ganar votos sino de que el sistema funcione eficientemente y de forma sostenida en el tiempo y ahora mismo el mensaje que estamos enviados a los jóvenes es de que el mérito no tiene recompensa, de que el esfuerzo no te lleva a mejores trabajos, y así nos condenamos todos. Debemos empezar desde la escuela a crear un sistema que incentive el esfuerzo, el rendimiento y ponga el acento en la formación técnica que es dónde debemos  invertir, y claro, para eso, también hay que pagar mejor a los maestros, que son el pilar del futuro y están mal pagados, sin instrumentos y herramientas para hacer su trabajo adecuadamente.

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