Hace un año y contra todo pronóstico, los británicos por una
escasa minoría votaban por dejar la Unión Europea. La razón fundamental, el
miedo a lo que viene de fuera; y la reacción lógica, la del avestruz. Unos
meses más tarde y contra todas las encuestas, los norteamericanos elegían a
Donald Trump presidente con un lenguaje absolutamente populista atizando el
fantasma del miedo y apoyado por una estrambótica y muy diversa ultraderecha
europea. Finalmente el próximo siete de mayo en la segunda vuelta de las presidenciales francesas Le Pen se medirá con el Rivera francés, Macron, demostrando que el Frente Naicional tiene una gran base electoral y una estructura que podría llevarle a vencer en las próximas legislativas.
Los partidos populistas de derecha gobiernan en Hungría y en
Polonia, y apoyan a gobiernos en Dinamarca y en otros países del norte de
Europa; mientras que en otros estados europeos se han aupado hasta ser fuerzas
de gran influencia en la vida política. Aunque no se trata de fenómenos nuevos,
la crisis económica, el terrorismo islamista y las oleadas de refugiados han
sido elementos que han dinamizado de forma decisiva a estos movimientos en el
centro y norte de Europa en los últimos años.
Pero por la izquierda también tienen sus cuitas. Los partidos
tradicionales de la izquierda socialdemócrata se han visto amenazados desde postulsdos
populistas de izquierda que han alcanzado posiciones muy determinantes en
Grecia y en Portugal. Pero para los que creen que éste es un fenómeno nuevo,
hay que decir que Juan Domingo Perón lo inventó en los años cuarenta en
Argentina y todavía extiende sus redes en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y
Ecuador.
¿Podemos englobar a estos dos movimientos como los nuevos o no
tan nuevos populismos o se trata de fenómenos que comparten estrategia pero
difieren en cuanto a los medios y los fines? Y por encima de todo, ¿Debemos
confiar nuestro futuro a estos partidos?
Pero en primer lugar deberíamos intentar definir qué entendemos
por populismo. Según la Real Academia el populismo es una acción política y
social dirigida hacia las clases populares; concepto que todavía me resulta
mucho más difuso. Algunos han planteado el populismo como un fenómeno que
visualiza una relación antagónica entre las clases populares y las élites y en
función de los conceptos de elites y clases populares que adoptemos, estaríamos
en presencia de fenómenos populistas muy diferentes.
El supuesto populismo de derechas se asienta en las sociedades
más ricas y desarrolladas y precisamente entre aquellas clases populares que se
sienten discriminadas por el sistema. Este populismo se asienta básicamente
sobre tres conceptos: nación, raza y religión; vamos nada nuevo. Todo lo ajeno
a nuestra nación, a nuestra raza o a nuestra religión es la amenaza contra la
que el populismo de derechas nos protege; y las élites de los países que
abanderan los cambios sociales, morales y económicos producidos en las últimas
décadas, representados por los partidos tradicionales, son los enemigos a los
que hay que destruir.
El populismo de izquierdas se plantea
en los términos más tradicionales del marxismo; los desposeídos frente a las
élites económicas que manipulan la economía y la política para satisfacer sus
propios intereses dejando de lado a las clases mas desfavorecidas. Este es el
fenómeno del populismo en América Latina y que teóricamente abanderan movimientos
como Syriza o Podemos.
Como consecuencia de este enfrentamiento con las élites surge un
tipo de liderazgo y de lenguaje transgresor como una herramienta esencial para
diferenciarse de lo que representan las élites. Por eso los líderes populistas son grandes transgresores de
las formas y del lenguaje y hacen gala de ello como un activo que les reporta
más popularidad entre su público.
Esta dualidad nos conduce a considerar al populismo no como una
ideología sino como una manera de identificarse y de abordar el discurso político
frente a unas supuestas élites incapaces de defender sus postulados con sus
modos habituales.
Ahora bien a mi
juicio, no debemos considerar a todos los populismos bajo el mismo concepto. El
populismo está mucho más asociado a la izquierda radical que a la extrema
derecha. Esta última nunca ha enmascarado sus verdaderas intenciones, no solo
eso sino que hace alarde de sus convicciones anti-inmigración, anti-sistema
económico liberal y en defensa de los valores tradicionales asociados a
determinados movimientos religiosos conservadores. Hitler llegó al poder
después de haber escrito Mein Kampf;
no se podía alegar desconocimiento en aquellos años de sus verdaderas intenciones.
Este populismo también tiene un fuerte predicamento en el mundo islámico donde
se pretende hacer un discurso del mismo corte radical que rige en la gran mayoría
de los musulmanes.
Según una reciente encuesta del
Chatahm House, un 55% por ciento de los europeos no desea más inmigración de
países musulmanes, siendo más acentuada esta oposición en Polonia con un 71% y
le siguen Austria, Alemania y Reino Unido, siendo más baja en España y Grecia. En ningún país europeo de los
encuestados, el porcentaje ha bajado del 32%. El estudio también muestra que la
oposición a la migración musulmana es particularmente intensa entre las
personas mayores, mientras que los menores de 30 tienen una postura mucho más abierta.
También se divide por nivel educativo. Entre aquellos con educación secundaria
hay un 59% de oposición, frente a un 40% que apoyan las políticas de freno a la
inmigración musulmana entre titulados superiores.
Los apoyos a la medida también se
fracturan dependiendo del lugar donde se vive. Los que habitan en áreas
rurales, apoyan acabar con esa migración en un 58% mientras que en áreas
metropolitanas, apenas llegan a la mitad los que apoyan una ley prohibitiva al
respecto. Un 65% de los europeos insatisfechos con su vida o su trabajo,
apoyan mayoritariamente ponerle un veto a la llegada de más migrantes
musulmanes.
Desde los años 60, el voto a los partidos populistas de derechas
en Europa pasó de un 6,7% en los 60 a un 13,4% en la década de 2010. Durante
el mismo periodo, el populismo de
izquierdas creció de un 2,4% a un 12,7%, según datos citados por el
estudio "Trump, Brexit, y el ascenso del populismo: de los profesores
Ronald F. Inglehart y Pippa Norris y publicado por la Universidad de Harvard. Si
tenemos en cuenta la magnitud de los cambios producidos en Europa en estos
cincuenta años, tampoco deberíamos alarmarnos en exceso por este crecimiento.
Existen a mi juicio tres razones que explican este crecimiento,
que siendo importante no amenaza de momento las estructuras democráticas,
sociales y económicas de las que nos hemos dotado los occidentales.
En primer lugar, existe una parte de la población que no se
siente representada por el sistema, especialmente a raíz de una crisis
ocasionada en gran medida por las propias élites que además aparecen como las
grandes rescatadas de la crisis con los recursos públicos. Este sentimiento
antisistema ha crecido en aquellos países en los que las clases más tradicionales
y con menor nivel cultural veían como su situación se deterioraba a medida que
veían rescates a grandes empresas, liberalización del comercio que perciben
como una amenaza, terrorismo e inmigración que amenaza su modo de vida. Esta
deslegitimación del sistema es común a los movimientos populistas de izquierda
y derecha. Los partidos tradicionales y sus dirigentes nos han sabido contrarrestar de forma eficaz los innumerables casos de corrupción que alcanzan a las máximas instituciones, generándose un sentimiento de expolio de las capas sociales más deprimidas que tiene mucho que ver con el fenómeno de la aparición de los populismos de izquierdas en España.
Pero a mi juicio el factor cultural es mucho más determinante y
no sólo por el fenómeno de la inmigración, especialmente aquélla de origen
musulmán. Los cambios sociales en Europa, y en especial aquéllos que tienen que
ver con el cuestionamiento de determinados valores morales muy asentados en
núcleos muy conservadores del centro y norte de Europa, han generado un
movimiento de profundo rechazo frente a una progresía intelectual y moral. El
no reconocimiento de la diversidad moral y social está muy anclado en
determinados grupos sociales que se niegan a entender y reconocer los cambios,
especialmente alimentados por determinadas corrientes religiosas y morales. Una derecha que ve en las políticas
sociales y morales de los partidos tradicionales una amenaza a su escala de
valores. Cuanto más rural es el entorno y con menor nivel cultural, estos
fenómenos cobran mucha más fuerza. No hay más que analizar las encuestas para
ver que los principales apoyos de los movimientos populistas de derechas están
en las personas más mayores, con bajos niveles de educación y pertenecientes a
ciertas minorías religiosas. En definitiva hay una fuerte oposición a estos
cambios que afectan a un determinado modo de vía europeo que no tiene cabida ya
en el mundo global.
Finalmente hay una tercera causa que es la dispersión del voto
por clases sociales. Frente a unos partidos de derechas que englobaban
tradicionalmente a las clases medias y altas, se hallaban los partidos de
izquierda que se apoyaban en las clases trabajadoras. Este esquema ha sido
dinamitado por el cambio social y económico de las últimas décadas. Los
trabajadores de la industria han votado por Trump y los ingenieros de Google
por Clinton. En definitiva se han trastornado los principios que han regido los
sistemas democráticos desde la implantación del sufragio universal. Hoy las
razones del voto tienen más que ver con el nivel de protección que se requiere
del gobierno; con los factores morales y con los miedos que son la principal
herramienta de los populistas, que con el origen o extracción social.
Sin embargo, hay, como señalaba, una diferencia crucial. La
derecha radical tiene de populista solo el lenguaje y las formas pero sus
objetivos están muy definidos y no son nuevos. La ultraderecha en Francia
siempre ha tenido una gran peso en la política y no hay más que recordar el
caso Dreyfuss. Le Pen padre e hija, no son más que la continuación del gobierno
de Vichy. Una sociedad conservadora, rural, católica, deseosa de una autoridad
fuerte que proteja sus intereses y valores frente a las clase obreras o a la
progresía intelectual y moral. El mismo fenómeno que llevó a Hitler al poder
como a tantos movimientos autoritarios de Europa. Mientras que los partidos del
centro derecha mantuvieron firmes sus convicciones tradicionales, estos grupos
sociales se sintieron respaldados, pero cuando percibieron que la derecha
liberal abogaba por las subidas de impuestos, por la protección a las grandes
empresas privadas, por el aborto, por el matrimonio homosexual, por la apertura
de fronteras y por el reconocimiento de otras formas de relación entre las
personas, muchos se sintieron defraudados y desprotegidos y han terminado
engrosando los votos de estos nuevos partidos que basan en la religión, en el
nacionalismo exacerbado y en la raza, sus valores, no muy diferentes de lo que
Putin defiende en Rusia, Trump en Estados Unidos o Victor Orban en Hungría.
Pero lo que es verdaderamente novedoso es el populismo de
izquierdas que tiene su antecedente ideológico como señalaba antes en el
peronismo. Las clases populares conducidas por dictadores que supuestamente
están para terminar con las élites que los explotan, para acabar siendo
precisamente eso, la nueva clase dirigente y explotadora. Esta izquierda
radical basó su acción electoral durante años en una fuerte base ideológica y
organizativa basada en el marxismo y el troskismo. Mientras que los partidos
socialistas mantuvieron, dentro de su compromiso con el sistema democrático
occidental, la defensa de un fuerte estado de bienestar y de los postulados de
las clases trabajadoras, se mantuvieron en un discreto segundo plano,
aburriendo a todos a cuantos se acercaban con un discurso decimonónico. Pero
los cambios y la crisis también trastornaron definitivamente a la
socialdemocracia. Cuando ésta tuvo que aceptar los recortes, las bajadas de
impuestos y comenzó a rodearse de un cierto glamour de las élites, una parte de
la izquierda se ha sentido abandonada.
Pero para la izquierda radical el populismo es una herramienta
de marketing. No cambian los objetivos, que son los mismos que Maduro defiende
en Venezuela, cambian la forma de envolverlos. Han entendido antes que el
socialismo, que la dinámica de clases ha terminado y que la transversalidad es
posible, siendo capaz de aglutinar a amplias capas de población que difieren en
casi todo pero que se sienten atraídas por la novedad del lenguaje y por la
simplicidad de los mensajes. Pero detrás de este populismo se halla la
izquierda radical antidemocrática y rupturista de siempre.
La reacción de los partidos que agrupan a la gran mayoría de los
sentimientos y valores de la población europea debe ser inteligente y
considerar todos estos cambios para poder adaptarse a ellos con premura. Ambos
movimientos son una amenaza a nuestro modelo de vida, una sociedad socialmente
avanzada, basada en la libertad, en la tolerancia, en el respeto a la
iniciativa privada y en la solidaridad. Si la derecha busca aliarse con la
ultraderecha, será engullida; si la izquierda procede de la misma manera con
sus populismos, terminará de la misma manera, generándose una radicalidad que
sólo puede acabar en un conflicto. Por eso es necesario reforzar el bloque
constitucionalista, por llamarlo de alguna manera, que agrupa a una inmensa
mayoría de la población y generar un cordón sanitario frente a los que
pretenden liquidar el sistema democrático, liberal y del estado de bienestar.
La dinámica entre la izquierda y derecha tradicional se basará más en los
matices en cuanto a valores y acciones políticas, pero en lo básico existe un
amplio consenso que en España agrupa desde el Partido Popular hasta el Partido
Socialista, siempre que ninguno se deje llevar por veleidades nacionalistas o
conservadoras; mientras que los partidos populistas que en España, como ya es
tradición se encuentran en la izquierda radical y en el nacionalismo independentista,
son los enemigos a batir. El interés de estos partidos es contribuir al caos
para alzar sus soluciones como las únicas posibles, sea por la vía de la
ruptura territorial o por la vía de la liquidación del sistema de partidos. La
reacción es el fortalecimiento en los valores; es la superación de la dinámica
de clases y partidos y sobre todo es devolver la confianza a la sociedad con la
superación de los fenómenos de la corrupción y los privilegios que tanto daño
han hecho al sistema. Pero no podemos equivocarnos, los populistas sólo
pretenden dinamitar las sociedades para alcanzar el poder y llevar a cabo sus
planes autoritarios de los que, como sabemos, no se sale pacíficamente, cuando
se puede salir.
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