Hace apenas ochenta días, el recién elegido presidente anunciaba
desde el Capitolio que los Estados Unidos no volverían a las andadas en la
política exterior y que América sería lo primero, renegando de la política
exterior de sus antecesores. Pero con este presidente ochenta días es una
eternidad y ahora tenemos algo tan novedoso e imprevisible que todas las
cancillerías no salen de su asombro intentando escudriñar cuál es al auténtico
Donald Trump.
En 2013, cuando el nuevo presidente no tenía agenda política, se
manifestó activamente contra cualquier intervención en Siria y criticó la
atención que Obama había puesto en resolver los problemas del mundo en lugar de
solucionar los de los propios norteamericanos. Este y sólo este simple mensaje
fue el eje de su campaña que se alargó hasta su discurso inaugural, un discurso
aislacionista y proteccionista. Todo eso es hoy papel mojado. Ahora son muchos
los que ya ven los aciertos de Trump con este cambio, pero nadie tiene la seguridad
que hay por detrás y por delante de esta transformación y sobre todo hacia dónde
nos llevará.
La campaña que hizo a Trump presidente, tal como anunció en varias
intervenciones, con respecto al mundo se basó en cinco ejes anclados en el
siguiente axioma:
“Me
gustaría hablar sobre cómo desarrollar una nueva dirección en política exterior
que sustituya la aleatoriedad por el propósito, la ideología por la estrategia,
y el caos por la paz”. “Es hora de sacudir el óxido de la política exterior
estadounidense”; más que una declaración parece un jeroglífico egipcio que ni
Enigma sería capaz de descifrar.
Su
primer objetivo destruir al Estado Islámico “Tengo un mensaje simple para el
EI. Sus días están contados. No les diré dónde y no les diré cuándo. Como
nación, tenemos que ser más impredecibles, ahora somos totalmente predecibles”.
Ahora la alianza contra el Estado Islámico se resquebraja tras la intervención
americana en Siria de la semana pasada y los terroristas siguen atentando en
nuestras ciudades. Ya debería haber aprendido que la guerra contra el
terrorismo tiene atajos muy peligrosos.
Su
segunda línea era poner a Rusia y China en su sitio, especialmente a esta última
terminando con las ventajas comerciales que detraen millones de puestos de trabajo
en Estados Unidos. Después de un par de días con el presidente chino en la
Florida, ahora China es fiable y un necesario socio comercial y aliado
estratégico para resolver la cuestión norcoreana.
Trump también
se manifestó por un rediseño de las relaciones con sus aliados obligándonos a
pagar más por la defensa colectiva y a satisfacer una deuda que era desconocida
por el paraguas de seguridad de Estados Unidos que nos fue impuesto tras la
Segunda Guerra Mundial. “Los países que defendemos deben pagar por el coste de
esa defensa; de lo contrario, EEUU debe estar preparado para dejar que estos países
se defiendan a sí mismos”, declaraba en varias entrevistas recientes. El cambio
fue una sorpresa incluso para el secretario general de la
OTAN, Jens Stoltenberg que en su visita a la Casa Blanca no esperaba palabras tan claras del presidente estadounidense.
Donald Trump se retractó de su declaración de que la alianza occidental estaba
obsoleta y la declaró imprescindible para la seguridad conjunta.
Trump también manifestó su total desacuerdo con las
negociaciones celebradas con Irán, regresando al discurso más belicista del
pasado y sin embargo hoy se conduce con más cuidado a la hora de condenar
abiertamente al régimen iraní, lo que ha exasperado a sus grandes amigos
Israelíes, que además ahora temen una revitalización del conflicto con mayor
intervención rusa e iraní para apoyar a Asad.
Finalmente, gastar más en defensa, para que Estados Unidos gane
más guerras, una declaración mas propia de Gengis Khan que de un político
civilizado del siglo XXI.
Como se puede ver del Trump de hasta el 20 de
enero poco o nada nos queda. Así que debemos pasar a analizar su nueva política
en función de sus nuevas acciones y decisiones, aunque esto nos genere una
terrible incertidumbre sobre en qué manos se han puesto los maletines
nucleares.
La decisión del ataque en Siria
como consecuencia del ataque químico de las fuerzas aéreas de Asad, sigue
claramente la línea convencional de las últimas administraciones norteamericanas,
demostrando una quizás inesperada vocación de continuidad y alimentando,
además, la confianza de la comunidad internacional. A esto debemos sumar las
prudentes conductas asumidas por el nuevo presidente estadounidense sobre la
delicada situación en Irán o la anunciada mudanza de la embajada norteamericana
en Israel a Jerusalén.
Se trata de una actitud que también
se evidencia en la aparente distancia asumida respecto de Vladimir Putin y en
la franca cooperación que Trump mantiene con Europa, posiciones que difieren
ampliamente de las enunciadas en la campaña electoral.
La evolución hacia las
políticas tradicionales de sus antecesores se suma al relativo alejamiento de
algunos de sus asesores más radicales como Steve Bannon o el general Michael
Flynn, recientemente reemplazado por el más reflexivo y menos combativo
general McMaster.
Lo cierto es que en estos casi
cien días no hay indicios de que se esté diseñando una política exterior
coherente. Lo único evidente es una creciente militarización de la acción
exterior en Oriente Medio sin que haya mediado consulta y sin apenas escrutinio
público, como ocurrió con el bombardeo a la base militar siria el pasado 7 de
abril, o el creciente despliegue de medios en Irak, Yemen y Afganistán.
En estas semanas, se han
producido movimientos militares muy significativos que claramente evidencian la
creciente intervención militar de Estados Unidos en todos los charcos. Desde la
desastrosa operación de enero pasado contra Al Qaeda en Yemen en la que murió un miembro de
las fuerzas especiales de la Marina y 24 civiles, las intervenciones de Estados
Unidos no han hecho más que aumentar. A comienzos de marzo, aviones y drones
estadounidenses ejecutaron más de 30 ataques contra islamistas en Yemen
central, casi tantos como todos los llevados a cabo en 2016, con numerosas
víctimas civiles. También las
recientes acciones militares en Siria e Irak han producido decenas de víctimas
civiles. En uno de ellos, el 23 de marzo, al menos 200 civiles murieron en
ataques de la aviación norteamericana sobre Mosul.
En el mes de marzo 400
efectivos de unidades especiales han sido desplegados en Siria para levantar un
campamento de artillería para apoyar la toma de Raqa al ISIS, cuya campaña se
iniciará en breve y sobre la que Trump basa todas sus expectativas de una
solución rápida y adecuada a sus intereses del conflicto sirio. Asimismo miles
de hombres están siendo desplegados en Irak, Kuwait y Afganistán para iniciar
una actividad militar contra los diversos grupos terroristas con un intenso
apoyo aéreo y de drones. Trump aspira a una derrota militar rápida de todas las
organizaciones terroristas, sin haber entendido lo que ha ocurrido en los
últimos quince años en estos conflictos.
El nuevo despliegue militar de
Estados Unidos se está llevando a cabo sin iniciativa diplomática alguna y sin
debatir el futuro de las conversaciones de paz en las zonas en conflicto, y
carece de una estrategia y una narrativa convincentes. No se puede iniciar una
acción militar sin saber qué ocurrirá el día siguiente y cuál es el plan, y
sinceramente la administración norteamericana no tiene planes.
El gobierno norteamericano ya
ha declarado diversas provincias de Yemen y próximamente de Somalia, y
Afganistán, zonas hostiles lo que habilita el uso de los medios militares sin
ninguna otra consideración diplomática. Nunca Bush ni Obama llegaron tan lejos
en sus intervenciones en el exterior.
En lugar de desarrollar una
estrategia global que contemple acción militar, diplomacia, ayuda económica y generación
de alianzas, Trump retrocede hacia una peligrosa dependencia
del aparato militar, debilitando el resto de instituciones
gubernamentales de Estados Unidos que tratan con el mundo. Además de
bombardear, ¿Cuál es la estrategia de Trump en Yemen? ¿Piensa el Gobierno
seguir apoyando los esfuerzos de la ONU para mediar entre el Gobierno yemení y
los hutíes?¿Qué tipo de diplomacia desplegará el Gobierno norteamericano para
frenar una rivalidad cada vez mayor en la región entre chiítas y suníes.
Aun así, Yemen es un
problema menor comparado con los planes que Estados Unidos tiene para Siria,
donde los ataques aéreos estadounidenses también han causado la muerte de
civiles. ¿Apoyará Trump el proceso de paz liderado por Naciones Unidas en
Ginebra? ¿Le Interesa a Estados Unidos crear una alianza más fuerte entre los
países árabes y Occidente contra el Estado Islámico, mientras intenta negociar
una solución política, en particular con Arabia Saudita y Turquía? ¿Está Trump
dispuesto a permitir que el presidente Bashar Asad siga en el poder? ¿Quién
pagará por la marea de refugiados sirios, o por la futura reconstrucción del
país? Nadie se hace estas preguntas en la Casa Blanca.
¿Debemos
concluir a la vista de todos estos cambios que venció la sensatez por encima
del ego del presidente? El encuentro con la realidad y la constatación de que
Estados Unidos no puede hacerlo todo solo, parecen surtir efecto. En la
conferencia de prensa con Jens Stoltenberg, Trump dijo de pasada que actuar en
solitario no significaba actuar solos, sino en cooperación con muchas otras
naciones, en la pura doctrina Bush.
También
en lo tocante a Corea del Norte, Mattis y Tillerson han disminuido el tono de
las declaraciones de su jefe rebajando el propósito del despliegue naval sin
precedentes en las costas coreanas a un día del anunciado lanzamiento de un
misil balístico por parte de las autoridades norcoreanas.
El
presidente Trump ha dado un vuelco de 180 grados con respecto a su campaña
electoral no solo en cuanto a la OTAN, sino también en lo que se refiere a
Rusia y China. Ya no encuentra tan estupendo al presidente Putin, debido a su
apoyo al régimen sirio y comienza a sentirse muy presionado con las
investigaciones sobre las relaciones de algunos de sus colaboradores mas
cercanos con el régimen de Putin durante la campaña electoral. Con el hombre
fuerte de China, Xi Jinping, en cambio, dice haber establecido un
"verdadero vínculo”, en solo dos días compartidos en un resort en la
playa, algo que sus votantes del centro de Estados Unidos nunca le van a
perdonar.
El
resultado del triple salto mortal de Trump no es por el momento nada malo. Pero
el asunto es: ¿Cuánto tiempo mantendrá su opinión el inquilino de la Casa
Blanca? ¿No tendrá acaso la próxima semana una nueva idea que los secretarios
de Defensa y de Estado no puedan controlar tan fácilmente y que nos lleve a
reconsiderar todo lo que estamos viendo hoy?
Miles
de dudas nos asaltan a los aliados. ¿Cómo reaccionará Trump a las próximas
provocaciones de Corea del Norte?, ¿Atacará unilateralmente a la potencia
nuclear generando el mayor foco de tensión mundial desde la crisis de los
misiles de Cuba? Resucitará su enamoramiento con Putin lo que le llevará a
renegar de la OTAN; o decidirá suspender la ayuda a Ucrania tal como insinuó
Tillerson en el encuentro del G7 en Lucca al preguntar abiertamente a sus
homólogos por qué habría de defender Estados Unidos a Ucrania y justificando la
invasión de Crimea?
En definitiva, si tuviéramos que definir la dirección de la
política exterior bajo la administración de Trump diríamos que es una contradicción
constante, absolutamente impredecible y carente de institucionalismo.
Sólo
analizar los mecanismos de toma de decisiones y las acciones que los
mandatarios internacionales usan ahora para poder hablar con alguien con
capacidad de interlocución y decisión. Si antes el cauce era el departamento de
Estado y los asesores, hoy buscan una reunión con el yerno o con la hija del
presidente para cerrar agendas. Baste reseñar que después de ochenta días,
siete de nueve posiciones de alto nivel en el Departamento de Estado, que han
jugado papeles clave en la política exterior de Estados Unidos en los últimos
años, continúan vacantes.
Hoy
en día la política exterior parte de la lógica de que Trump dirige y supervisa
todo personalmente con un pragmatismo que no toma en cuenta los pilares básicos
de la diplomacia y la cooperación internacional; matizado cuando resulta
posible por la triada de responsables con mucho más criterio pero con menos
influencia de la que parece, y de una confianza casi ciega en la solución
militar. Pero con este cúmulo de contradicciones despista a sus aliados y
reduce nuestra disposición a confiar, lo que sería nefasto si las cosas se
torcieran y del optimismo pasáramos a conflictos más serios si por casualidad
en algunos de los escenarios, los planes no le salen tal como solo existen en
la cabeza del presidente que sólo cree o ve lo que quiere ver o creer.
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