Todo en la vida posee diferentes
puntos de vista que tienen mucho que ver con los sentimientos de las personas o
su situación económica; y la cuestión de los refugiados constituye sin duda un
aspecto digno de estudio que nos hace cuestionar si nuestro mundo libre merece
el nombre de civilizado, a la vista de algunas reacciones y comportamientos a
los que hemos asistido en estos últimos años.
Asuntos Exteriores comienza este
viernes en Libertad Digital TV con el que consideramos el acontecimiento más
importante acontecido en Europa en los últimos años, tanto por la dimensión del
fenómeno como por sus implicaciones políticas, con el auge de los
nacionalismos, económicas, culturales y de seguridad. El drama de millones de
personas llegando a nuestras fronteras, de miles de cadáveres en el
Mediterráneo, de unos conflictos bélicos terribles a apenas unas pocas horas de
avión de Madrid, constituye sin duda la madre de todas las grandes batallas que
Europa deberá dar en los próximos años. De cómo se resuelva, dependerá el
futuro de Europa y seguramente del mundo tal como lo conocemos.
Hemos convertido un drama
gigantesco de cuyos orígenes no somos ajenos, en una amenaza para los europeos;
es decir hemos dado la vuelta al problema para convertir esta tragedia en un atentado
contra nuestro modo de vida. Existen miedos, fobias y razones para considerar
esta oleada millonaria de refugiados del Medio Oriente y África como una
amenaza a nuestro estado de bienestar y seguridad, pero haríamos mal si para
comenzar este análisis nos desviáramos del verdadero problema: el drama de los
refugiados.
Todos los países en algún momento
de su historia han visto como partes importantes de su población debían huir
producto del miedo y las persecuciones. Los Estados Unidos fueron fundados por
unos peregrinos que huían de las persecuciones religiosas. De Alemania en los
años treinta salieron cientos de miles de refugiados hacia Estados Unidos y
otros lugares de Europa huyendo del nazismo. Muchas personas murieron
intentando cruzar el Telón de Acero o salir de Cuba; y así podemos hablar de
Taiwán, Vietnam, África, Afganistán etc. etc. ¿Qué hubiera sido del mundo libre
si en aquellos momentos hubiéramos optado por cerrar las fronteras? En momentos
muchos más difíciles el mundo libre supo estar a la altura de las
circunstancias; ¿Por qué no puede estarlo ahora?
El drama de miles de personas
luchando por huir del terror y que mueren cada año en el mundo excede a
cualquier otra tragedia humana; gente que sólo aspira a alcanzar un mundo de
libertad y prosperidad y que fallecen en nuestras playas como si se tratara de
“los juegos del hambre”. Una vez llegan, muchos no caen en los acogedores brazos
de los gobiernos sino de las mafias, las de aquí y las de allí, y son obligados
a la prostitución, a la delincuencia y una explotación impropia de la vieja
Europa. Mientras no percibamos de forma clara que detrás de estos movimientos
hay un lucrativo negocio de la muerte, no comenzaremos a resolver el problema.
Millones de personas huidas de
Siria, Irak y de una larga lista de países, que han dejado todo, negocios,
casas, recuerdos, memoria, toda una vida, sólo para sobrevivir, son víctimas de
los juegos políticos en Turquía, la Unión Europea y de Estados Unidos, y parece
que permanecemos absortos, mirando todo este gran drama, como si no fuera con
nosotros y nos centramos en la amenaza a nuestro microcosmos como la
consecuencia directa de toda esta crisis sin precedentes.
¿Cómo no aspirar viajar a Madrid,
París o Berlín cuando a diario se ven situaciones de tal barbaridad en tu
calle, en tu vecindario, en tu país? Niños y bebes que mueren de inanición;
jóvenes llevados a las cámaras de torturas de los dictadores; mujeres víctimas
de abusos, expolios... Por todo
esto, si no somos capaces de tener un poco de humanidad y de buscar cómo paliar
tanto sufrimiento, difícilmente nos podremos llamar seres humanos. Y asumiendo
que el problema tiene otras muchas implicaciones y aristas; no podemos ignorar
el problema ni tampoco minusvalorarlo.
Los refugiados también pueden ser
una oportunidad para un continente que languidece no sólo en población sino en
ilusión, que se encuentra perdido entre la preservación de unos privilegios y una
seguridad que se evaporaron y la necesidad de continuar progresando en nuestros
valores que sentimos amenazados por la diferencia.
Pero la cuestión crítica para que
los refugiados sean una oportunidad es la integración. Los inmigrantes y
refugiados vienen pero no se integran. Pretenden mantener sus principios en un
mundo que rechaza muchos de ellos. No se puede tomar lo mejor o peor de los dos
mundos; no hay una inmigración a la carta y debemos hacer un esfuerzo de
integración que suponga rechazar y abandonar todas aquellas prácticas inconsistentes
con nuestro esquema de valores, pero a su vez hacer partícipes a los que llegan
de los nuestros. Los acontecimientos terribles de abusos a mujeres y niños que
se han producido en campos de refugiados y en las ciudades europeas no son
admisibles y sus autores deben ser expulsados para ejemplarizar, pero seamos
realistas y analicemos las estadísticas reales para dimensionar el problema. Pero
tampoco podemos aspirar que aquéllos que han vivido durante generaciones con
arreglo a un determinado código moral cambien de la noche a la mañana solo por
llegar a Europa.
Pero no nos engañemos, no es una
cuestión religiosa o política; lo es económica. Para muestra ver cómo los
inmigrantes de los países del Golfo o de Haití se integran en Londres o en París,
viviendo en los mejores barrios o comprando en las mejores tiendas, con el
dinero que les expolian a sus ciudadanos. La miseria es la principal causa de
la segregación y de los males que acarrea. La educación sin duda la mejor
herramienta; y el orden, el marco en el que debe producirse esta integración
para evitar que situaciones indeseables sean aprovechadas para impulsar
determinados intereses políticos particulares que tienen oscuros intereses.
Cuando una opción política se construye sobre la base de encontrar un enemigo radical
y muy concreto que sólo merece nuestro castigo y desprecio, para salvar un
determinado modo de vida, estamos a las puertas del autoritarismo que ya
gobernó en muchos países de Europa en el pasado.
Pero si la humanidad debería ser un atributo básico a
toda civilización, lo que sí es consustancial a la naturaleza humana es el
miedo. Y como decía George Washington Carver “el miedo a algo está en la raíz del odio hacia otros y ese
odio acabará por destruir al que odia”.
Durante generaciones, los europeos vivimos en pequeños pueblos o
ciudades en los que reinaba la uniformidad. Si algo malo ocurría debíamos
achacarlo a las brujas o a los judíos, porque no podíamos hallar una raíz del
mal en nosotros mismos y en nuestros iguales. Desde el final de la posguerra, Europa
sólo conoció la prosperidad y no le importó recibir de forma irregular a
decenas de millones de extranjeros, tanto de África como de América Latina y
Asia. El crecimiento económico no generaba tensiones y el poder estaba concentrado
en las clases europeas de manera que siendo un problema, estaba bajo control,
salvo por el hecho de que no prestamos atención a lo que se estaba cocinando en
los suburbios de la inmigración y que tiene mucho que ver con los
acontecimientos trágicos ocurridos en Europa en los últimos años.
Lo que ha hecho que esta oleada haya generado una
reacción tan compleja y en casos airada, es que ha venido de la mano de una
crisis económica sin precedentes que se ha cebado más en los tolerantes países
del sur de Europa que en el rico centro y norte de Europa. Una situación que ha
coincido con una oleada de terror sin precedentes en Europa que algunos
interesados han pretendido ligar al movimiento de refugiados. El miedo se ha
extendido por toda Europa y hemos concluido, una vez más, que el enemigo es el
diferente que nos odia y quiere destruirnos.
Se podría pensar que esta radicalidad no está
justificada y que debería estar bajo control y que los europeos deberíamos
entender que, si bien algunos se han aprovechado de forma criminal de esta
oleada de refugiados, la raíz del problema está en otras causas. El problema es
que los acontecimientos en Francia, con los atentados del Daesh, han golpeado
con tal fuerza el corazón de los europeos que no se conforman con respuestas tenues,
buenistas o integradoras. Y por ello al calor de esta oleada, una vez más los
explotadores del odio y el miedo han venido a salvarnos con lenguajes agresivos
y de intolerancia, y de paso aprovechar la ocasión para obtener un rédito
político que en condiciones normales nunca habrían obtenido.
Pero no puede negarse que el miedo es una realidad y
que los partidos políticos tradicionales deben dar una respuesta a este miedo
para evitar que sean los salvapatrias los que vengan a resolver el problema con
medios supuestamente expeditivos, que en realidad no existen.
El primer gran error ha sido no prevenir ni predecir
el fenómeno. Han fallado todos los sistemas de seguridad e inteligencia, lo que
ha conllevado que Europa no estuviera preparada para esta situación. El segundo
error fue no resolver el problema cerca de sus países de origen para promover
el retorno a sus casas cuando la situación se vuelva más estable. El tercer
error y el más importante, no resolver los conflictos con decisión. Si triunfa
en Siria Asad con el apoyo de Rusia y los conflictos permanecen en Libia, Irak
y el Golfo de Guinea, será imposible que los que huyeron de la muerte quieran
volver para ser rematados.
Las fronteras deben ser seguras lo que significa que
habrá que realizar todos aquellos controles necesarios para evitar que los
terroristas y las mafias se aprovechen de las oleadas de buenas personas que
son la gran inmensa mayoría, para penetrar en Europa y golpearnos. El terror
tiene un objetivo estratégico:
provocar el gran conflicto entre Occidente y el Islam; cada vez que estemos
más convencidos de que el problema es el mundo islámico, más cerca estarán los
terroristas del éxito y todos del caos.
Es una lucha que requiere de inmensos recursos; de
una planificación y de una coordinación de las políticas europeas. Sin duda es
una gran prueba de fuego para esta nueva Europa post Brexit que debe definir
cómo pretende ser un árbitro en la escena internacional previniendo y
colaborando militarmente si es el caso, en la terminación de los conflictos y
cómo mantener los valores que nos hacen fuertes sin dejarnos arrastrar por el
miedo.
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