lunes, 15 de julio de 2024

LOS CUATROCIENTOS GOLPES


 

Recuerdo que la primera vez que vi los 400 golpes de Truffaut. Quedé perturbado por la historia del protagonista, una vida que no sería muy diferente de las 400 tragedias de los menores que vamos a realojar por todo el territorio español. El chaval, Antoine, está condicionado por una vida trágica que le aboca a la violencia y que acabaría ingresado en un reformatorio que él siente como una liberación porque desde allí puede ver el mar, y pensaba en estos 400 niños en un país extraño que esperan a ver su mar particular.

 

Unos años después del estreno de la obra maestra de Truffaut, llegaba a los cines West Side Story, una historia de bandas juveniles de inmigrantes, norteamericanos y portorriqueños en Nueva York. En aquel año, ya se dejaban ver por las principales ciudades de nuestro país  a decenas de bandas de pandilleros como los  Ojos Negros de Usera, algunos estudios enumeran más de cien bandas en aquellos años. Estos jóvenes que suponían una parte pequeña pero creciente de las urbes, cometían más de la cuarta parte de los delitos contra la vida, la honestidad y la propiedad. Muchos de los homicidios y delitos de tráfico de drogas se concentraban en los barrios de Usera, Orcasur, San Blas, La Elipa, Pozo del Tío Raimundo, en Madrid, el Raval y la Mina en Barcelona, Las Palmeras en Córdoba, la Florida en Hospitalet, la Milagrosa en Albacete, la Malvarrosa en Valencia, San Francisco en Bilbao y un largo etcétera que a los más mayores no les será desconocido.

 

La mayoría de estos criminales eran hijos de inmigrantes que habían llegado a las ciudades huyendo de la miseria del campo español. No lo tenían fácil. El gobierno los alojó en guetos, sus colegios estaban infradotados y en los recreos las pandillas hacían su agosto. Los padres de hoy en día habrían sacado a todos sus hijos de esos colegios si los hubieran conocido; solo la iglesia se preocupaba de ellos y a través de numerosas asociaciones procuraban sacarlos de las calles y de los billares donde se trapicheaba con todo.

 

Una parte de la sociedad, ligada al régimen utilizaba los mismos argumentos de las clases burguesas de comienzos del siglo XX: los inmigrantes procedentes de culturas rurales y los gitanos, tenían costumbres absolutamente ofensivas en muchos casos para la vida burguesa de los españoles de bien que se solía decir. No eran pocas las voces que clamaban por su devolución a La Mancha o a las Hurdes, especialmente en las regiones en las que el supremacismo estaba más asentado, los mismos que ahora también se resisten a acoger a inmigrantes de España. En La Mancha, pensaban estos acomodados del sistema, el detective Plinio o el administrador don Pedro, se encargarían de mantenerlos a raya y lejos de sus hijas y empresas.

 

Nuestra novela de la época está llena de estas historias que tanto impactaron en la sociedad. Esas jóvenes de familia bien, como Teresa atraída por los Pijoapartes charnegos, que se introducían en el submundo de las drogas y la marginalidad, para disgusto de sus padres. En el  recordado periódico El Caso encontramos cientos de personajes arrastrados a la violencia porque nadie les dio otra opción, igual que los protagonistas de Albert Camus.

 

Todos estos barrios que fueron de acogida de millones de inmigrantes, hoy están repletos de latinos, rumanos, y marroquíes y como si la semilla del mal anidara en sus calles, son los sucesores de aquellos pandilleros. ¿Qué tienen en común los inmigrantes manchegos o andaluces de los sesenta o de los veinte con los de ahora?: la pobreza, la marginalidad, el odio y la incomprensión. Estos como aquellos deben someterse a las normas de la clase dominante y si no, sufrirían el acoso y la persecución policial que estaba al servicio del poder.

 

Hoy muchos afirman que el peligro de los musulmanes está en sus costumbres, lo mismo que decían de los maquetos o charnegos, tratados con el mismo desprecio que hoy exhiben con los extranjeros, y que mostraban el mismo supremacismo de hoy en día.

 

La historia a veces es tozuda y ahora muchos de estos supremacistas son nietos de los que acudieron a buscarse la vida al País vasco, Cataluña o Madrid, son como esos latinos republicanos que apoyan la construcción del Muro en la frontera olvidando que son producto del sistema que quieren destruir.

 

La decisión de Vox de coger una pataleta por negarse a aliviar la presión existente en Canarias, representa el mismo concepto elitista que quieren ofrecer a la sociedad. Como aquellos burgueses de las capitales, aspiran a tener trabajadores serviciales, baratos y aislados y que cumplan con las leyes y soporten la marginación con estoicismo.

  

Es cierto que la política obliga a realizar pactos complejos y que siempre se realizan con afines en algunas materias, pero no con iguales. La decisión de Vox de abandonar los gobiernos, más allá de que obedece a una decisión política personal, que es buscar la palmadita de Marie Le Pen o de Víctor Orban, el amigo del genocida Putin, es una muestra de irresponsabilidad y de insolidaridad y contiene un factor de falso oportunismo político, aunque después del golazo Lamine contra Francia, se le ha caído una buena parte del argumentario. 

 

Claro que hay un abismo entre el PP y Vox; tener contrincantes comunes en algunas cuestiones mollares, no te hace igual ni aliado. El Partido Popular sabe dónde están los límites éticos que otras formaciones violentan sin pudor. Por muchos delitos que cometan, no podemos echarlos al mar como quieren los palestinos con los judíos, ni exterminarlos como aquella anécdota histórica a la que se refirió Jean Marie Le Pen ni devolverlos a no sé dónde para que vuelvan otra vez a ver si hay suerte y se ahogan en intentos posteriores.

 

En materia de inmigración hay mucho por hacer y el gobierno ni resuelve ni aborda todos los problemas, pero no podemos condenar a cuatrocientos niños o 4.000 porque el gobierno no ha cumplido sus obligaciones. Vox está a tiempo de reconsiderar su posición, de si quiere ser un partido serio de coalición o la alternativa a Alvisse, pero tragar con lo éticamente inaceptable no vale para salvar uno o cuatro gobiernos. Algunos de pluma suelta dirán que Feijoo se abraza al felón, no es el caso, hacer lo que hay que hacer no es cuestión de táctica política sino de principios y responsabilidad. Ahora bien, el gobierno no puede seguir permitiendo este flujo incontrolado y hay que hacer un plan integral que debe centrarse en facilitar la llegada de inmigrantes regulares y acabar con las mafias, controlar las costas vecinas y sobre todo debemos acabar con el efecto llamada, y en esto todavía hay mucho por hacer al interior de nuestro país.

 

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