La historia como la economía progresan de una forma cíclica, o mejor dicho en un proceso de avance y freno de distinta intensidad. Los dos pasos son necesarios para que el mundo continúe en su senda. La llegada de Trump no ha ocurrido por azar ni es consecuencia de una irrupción política impredecible. Refleja gran parte de los cambios que se están produciendo en muchas sociedades como consecuencia de un largo periodo de progreso en políticas de todo tipo.
A menudo, los cambios propiciados por revoluciones tecnológicas, o políticas, o sociales, avanzan mucho más deprisa que la capacidad de la población para absorberlos y esto produce estos momentos de revisión. El caso más paradigmático es el Imperio Romano que creó una sociedad mil años adelantada a los tiempos de la historia, de ahí que la Edad Media supusiera un enorme retroceso que ralentizó los cambios que no se asentaron hasta la Edad Moderna.
Otro fenómeno decisivo en los cambios es, que si bien hay un cierto consenso internacional o digamos un auge de las voces que claman por un replanteamiento total, es necesario que exista un líder, un país que tenga la suficiente ascendencia y poder para impulsar los cambios históricos. En este caso, la llegada de Trump es muy relevante para que este nuevo mundo sea realidad.
La descripción de todos los cambios llevaría años y el análisis de su impacto mucho más. Resulta necesario centrarse en aquellos aspectos que considero más relevantes por su significado o por su impacto. El cambio de mentalidad viene determinado por el cambio en el paradigma económico mundial de los últimos 25 años.
Tomemos el índice Fortune de las 50 empresas con mayores ingresos del mundo. En el año 2000, de las 10 mayores empresas, 5 eran de Estados Unidos, 4 de Japón y 1 alemana. En el año 2024, 8 son americanas, una de Taiwán y otra de Arabia Saudita. Si nos movemos al TOP 50, en el año 2000, había 15 americanas, 18 japonesas y 6 alemanas. En 2024, hay 25 norteamericanas, 12 chinas, 3 alemanas y 1 japonesa. Solo esta perspectiva a largo plazo nos permite entender la revolución que se ha producido en el mundo con la irrupción de China y el crecimiento continuado de Estados Unidos.
En el año 2000, la empresa europea con mayor capitalización bursátil era Nokia con 219 billones de dólares. En 2024 es el grupo de lujo LVMH con 344 billones de dólares. En Estados Unidos era Microsoft con 586 billones de dólares y hoy es Apple con 3.458 billones de dólares, lo que indica claramente la distinta dirección y magnitud de las economías más avanzadas del mundo. Japón y Europa afrontan otro periodo de franco declive mientras que China y Estados Unidos monopolizarán mucho más poder en los próximos años. Incluso las grandes empresas del lujo europeos cuentan con asiáticos entre sus estrellas, por lo que no tardaremos mucho en perder también este liderazgo del diseño.
Este escenario de menor peso europeo y japonés en el mundo y de mayor relevancia de los dos gigantes, nos puede abocar o a un gran enfrentamiento bélico global o a la constitución de dos grandes imperios que tratarán al resto del mundo como colonias.
Sin embargo, China afronta riesgos más relevantes que Estados Unidos. Su sistema político, su demografía decadente y la creciente competencia de India, que ya la supera en población, tenderán a reducir su importancia en el mundo a medio y largo plazo, aunque seguirá siendo tremendamente relevante en lo que queda de década.
En un mundo impulsado por dos grandes polos que se verán menos preocupados por el cambio climático, los países europeos no pueden permanecer al margen de esta tendencia para no perder competitividad. En consecuencia, los grandes objetivos medioambientales se verán retrasados algunos años.
El informe Draghi sobre la competitividad europea señala como el principal objetivo europeo, junto a la brecha de innovación y a la seguridad económica, la descarbonización de la economía. La economía verde no es una oportunidad de crecimiento económico, es un coste que debemos asumir para no condenar al planeta a su autodestrucción. Sin embargo, ante las tendencias de Estados Unidos, China e India, invertir recursos en descarbonizar sin atender a los criterios de competitividad y de mayor eficiencia, afectará negativamente a la estructura de costes de las empresas europeas y ahondará la crisis que ya sufrimos en Europa desde comienzos de siglo.
Otro aspecto será el comercio. Estados Unidos es mucho menos vulnerable que China que depende más de las importaciones de materias primas y energías y de las exportaciones de productos de consumo, para mantener su senda de crecimiento. Este gap es el que más peligro presenta para el escenario geoestratégico. Frente a un Estados Unidos más dominador e independiente, China necesitará de una expansión política en África y en el Pacífico para encontrar suficientes suministros de sus carencias. Pero si China continúa acaparando materiales críticos, Estados Unidos podría encontrase en una posición de debilidad que no sería muy halagüeña para la seguridad global.
El dominio del espacio por Estados Unidos y en menor medida de China, implicará que Europa y los países más neutrales verán muy disminuido su acceso a muchas de las ventajas que se obtendrán de la explotación del espacio, aunque esto llegará a más largo plazo. Si Europa y sus empresas pierden la carrera del espacio, el efecto sobre la competitividad y el crecimiento económico será muy negativo. Space X ya ha lanzado más cohetes al espacio que todo el resto del mundo en toda su historia y pretende crear una constelación de decenas de miles de satélites en órbita. Esto solo es posible con una inversión pública y privada que nadie en el mundo puede alcanzar y gracias a una reunión de talento única en el mundo.
El deshielo del Ártico abrirá un enorme espacio del planeta al tráfico y a la explotación del subsuelo marino. Rusia lleva años posicionándose en este espacio pero en esta línea debe entenderse el interés de Estados Unidos por Groenlandia, una país con un tamaño de cuatro veces España. La guerra por los recursos del norte del planeta abrirá otro escenario de atención y de colisión.
Otro aspecto clave en la economía será la profundización en el mundo de la Inteligencia Artificial como continuación del proceso de digitalización de la economía iniciado en los años noventa. Europa ha perdido un 40% de su competitividad con respecto a Estados Unidos en lo que va de siglo por su retraso en incorporarse a las nuevas tecnologías y por permanecer anclada en la industria tradicional que se verá muy lastrada por las nuevas tecnologías que acabarán dominando a la industria en su conjunto. Si en el año 2002 China competía en el 25% de los productos fabricados en Europa, hoy ya compite en el 40%, y llegará al 50% al final de la década con unos costes totales muy inferiores y con una calidad, en el peor de los casos, similar a la europea.
El elemento demográfico contribuye de manera muy significativa a empeorar estos problemas. Mientras que la natalidad todavía muestra fuerza en Estados Unidos a lo que contribuyen significativamente los norteamericanos de origen latino, en Europa la población de origen nacional ya se reduce y obviamente envejece mientras que la inmigración se reducirá cada año ante las peores perspectivas económicas. Ante las medidas que deberá adoptar Europa para reducir su gap de competitividad con el resto del mundo, es muy previsible que la tendencia sea la contraria y que incluso pueda haber saldos negativos de inmigración en Europa en los próximos años, lo que dinamitará la estructura laboral y de protección social.
En conclusión, la pérdida continuada de competitividad de Europa desde comienzos de siglo, solo podrá reducirse con un cambio radical de las políticas europeas, lo que exigirá de la transformación del modelo económico y social que ha regido en Europa en las últimas cuatro décadas.
Como puede deducirse de las anteriores explicaciones, el papel que le queda a la empresa para revertir este escenario es reducido, pero no por eso es irrelevante.
Ante la creciente ola de proteccionismo, deberá intensificarse la aproximación nacional a los negocios. Si en el modelo anterior la internacionalidad resultaba un activo, los gobiernos tenderán a proteger a sus empresas nacionales. Esto significará que los modelos de organización empresarial deberán ser más descentralizados por países, renunciando a la aproximación por verticales internacionales, ya que las metodologías, regulaciones y estructuras de costes diferirán por países y no podrán establecerse aproximaciones comunes a diferentes naciones.
A lo anterior se unirá la reducción de los flujos intra-compañías internacionales que se verán más perseguidos por esta nueva ola de preferencia nacional. Las compañías deberán prestar especial atención a las regulaciones que pudieran afectar al libre movimiento de flujos económicos.
Frente a las estrategias de cambio climático, no vamos a caer en el negacionismo, no obstante la cabeza pensante de la nueva administración norteamericana ha sido el mayor impulsor del vehículo eléctrico. Sin embargo, la necesidad de aumentar la independencia energética y la autosuficiencia, llevará a una expansión de la energía nuclear y en menor medida de los combustibles fósiles que verán crecimientos significativos en los próximos años. Las energías renovables continuarán creciendo pero contarán con menores incentivos por lo que solo en los países con mayor capacidad eficiente de generación encontraremos variaciones significativas.
Europa necesita rebajar de forma drástica sus costes de energía para recuperar competitividad por lo que el movimiento hacia lo nuclear y los combustibles fósiles tendrá un impulso mayor en el Viejo Continente. La matriz que llevamos construyendo desde hace años nos hace menos competitivos y esto es un lastre que no podemos aceptar a cambio de mejorar la vida en el planeta mientras que otros contaminan más y nos comen cuota de mercado. Además sustituir a Rusia como proveedor de referencia de energía por otros, ha consumido ya una enorme cantidad de recursos y dificultará la reducción de costes al menos durante diez años.
Teniendo en cuenta que la Europa rica tiene sueldos similares a los de Estados Unidos, el gap de competitividad radica en: la menor inversión en Investigación, Desarrollo e Innovación en Europa en relación con el resto de países; en el coste de la energía; y en la losa de la regulación. Esto se debe a que las prioridades económicas se centran en lo social y a que no existe suficiente talento e infraestructura de innovación en Europa para absorber en el corto y medio plazo un aumento significativo de las inversiones en I+D.
Las empresas deberán dedicar cantidades crecientes a I+D+I, lo que obligará a alterar su estructura de costes, lo que será imposible con costes laborales crecientes y con la electricidad al triple que en Estados Unidos. Los costes regulatorios y la escasez de suelo contribuyen a la menor competitividad europea y suponen lastres añadidos. Si no hay una acción brutal de los gobiernos para resolver estos problemas, la situación se agravará.
La digitalización de la economía es el elemento más significativo de esta pérdida de competitividad. De las 50 empresas tecnológicas más grandes del mundo, apenas cuatro son europeas. Este gap explica que en lo que va de siglo la economía europea en su conjunto haya crecido de media un 1,5%, la de Estados Unidos un 2,2% y la de China un 8,3%, unas diferencias muy significativas.
Todos estos elementos detallados implican que el mayor factor de crecimiento económico de Europa de las últimas décadas, el comercio internacional, se verá contraído a nivel mundial y Europa perderá una parte muy sustancial de su principal herramienta de crecimiento. Pensemos que entre 2000 y 2023 el peso del comercio internacional en el PIB europeo pasó del 30% al 46%, mientras que en Estados Unidos pasó del 25% al 26%. Una previsible contracción del comercio internacional debilitará aún más a la economía europea.
Europa ha hecho dejación de sus principales activos para controlar la inflación, de manera que se ha sustituido la producción local agrícola o industrial de consumo por Asia o África. Los europeos han podido mantener su capacidad adquisitiva pero han ido limando año a año su futuro. Las regulaciones han hecho el resto desincentivando la producción agraria e industrial de Europa.
La historia de Europa en los últimos ochenta años ha sido compleja. Tuvo que salir de la posguerra mundial perdiendo su principal activo económico que eran las colonias y pudo construir gracias a una generación excepcional y a la ayuda de Estados Unidos, una industria en el norte de Europa que atrajo a millones de europeos del sur. Cuando por fin el modelo se asentaba, vino la ampliación al Este de Europa. De pronto, más de cien millones de europeos pasaron a formar parte del amplio elenco de derechos sociales europeos, y esto hemos debido hacerlo abandonando las inversiones públicas para mantener el esquema de protección. En definitiva, que hemos perdido décadas valiosas en acometer cambios sociales y económicos que no tuvieron que afrontar ni Estados Unidos ni China, y esto explica en gran parte la irrelevancia creciente de Europa
Finalmente la economía mundial asistirá a una carrera a muerte por los materiales críticos asociados a la revolución digital y a la lucha contra el cambio climático. China extrae el 25% del cobre, el 60% del grafito y el 70% de las tierras raras del mundo, mientras que procesa el 75% del cobalto, el 70% del litio, el 100% del grafito y el 90% de las tierras raras. Una restricción en la exportación de estos productos desde China ahondaría más en la recesión en Europa y provocaría una escalada en la tensión con los Estados Unidos.
La competitividad de Estados Unidos creció en los últimos 20 años en un 15,5%, un 11,8% en Alemania, un 8,8% en Reino Unido pero se redujo en España en un 7,3% y en Italia en un 5,1%. Para entender la pérdida de riqueza de Europa basta con echar una mirada al mapa. El estado más pobre de los Estados Unidos, Mississippi, tiene un PIB per cápita de 51.300 dólares, mientras que Francia con 47.000 dólares, España con 34.000 dólares, Italia con 40.000 dólares y Reino Unido con 51.000 dólares están por debajo. Producimos más pero con más personas y menos producto por persona, lo que significa que no crecemos en factores de mayor valor añadido. El caso más paradigmático es España cuya población ocupada ha crecido en los últimos diez años un 27,35%, su PIB un 5% en términos reales y su PIB per cápita en un 4,5%.
En definitiva, Europa no se presenta como el lugar más atractivo para hacer crecer su negocio. Mientras no se produzca una involución estructural, las economías europeas continuarán con su ralentización por todos los motivos expuestos. Una revolución radical de la economía exige renunciar a muchos beneficios que ya no son sostenibles, lo que puede afectar negativamente a la cohesión entre los países europeos y en consecuencia al mayor activo que tiene Europa que es el mercado único. Si este quiebra, y ese es el objetivo de las dos grandes potencias, la recesión se transformará en decadencia y esto acabará con la Europa que hemos conocido. Solamente una catarsis como a la que ha tenido que llegar Argentina, podría convencernos a la mayoría de europeos de hacer un revolución, si no, en unas generaciones, Europa será un parque temático, lleno de ancianos y en decadencia económica.
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