Un correcto análisis de la cuestión exige definir con carácter previo qué debemos entender por seguridad. En términos muy amplios asociamos el concepto con la paz, es decir con la ausencia de conflictos; con estabilidad económica, política y social, y finalmente con autonomía estratégica, es decir con la capacidad de tomar las decisiones que mejor nos convengan a los europeos con independencia de los demás.
En la actualidad podemos identificar tres tipos de amenazas a esta seguridad.
En primer lugar, las dependencias externas, es decir aquellas carencias críticas en el mundo actual que padecemos los europeos y que debemos satisfacer en terceros países. Entre estas dependencias, las más significativas son las relativas a la energía, a todos los bienes y equipos asociados al proceso de digitalización y en particular en el campo de los semiconductores y a la economía verde, a las materias primas críticas (CRMs) muy asociadas también a las nuevas tecnologías, y finalmente las dependencias tecnológicas.
Europa tiene grandes y preocupantes dependencias exteriores en todos los aspectos citados. Este problema se agrava por el hecho de que alrededor del 40% de las importaciones de tecnología, de energía, de elementos tecnológicos o de CRMs, proceden de muy pocos países que tienen difícil sustitución y que casi el 70% no están alineados política y estratégicamente con los intereses europeos.
Europa también tiene una enorme debilidad en cuanto a la energía. En los años noventa, con el final de la Guerra Fría y liderado por Alemania, se estableció un nuevo escenario energético basado en la enorme producción de gas y petróleo de Rusia, con una cercanía a la Europa Occidental que la hacía imbatible, por seguridad y coste. Pero esto convirtió al occidente europeo en mono-dependiente, como se ha visto años después, del principal enemigo de Europa, Rusia. Reemplazar esta fuente de suministro ha supuesto para Europa un gasto superior a los tres billones de Euros y buscar fuentes alternativas más costosas y sujetas a mayores incertidumbres ante el escenario mundial al que nos enfrentamos. El problema de la energía no solo es la dependencia, sino también la insuficiencia de energía para mantener el crecimiento económico del Viejo Continente. Esta es otra enorme debilidad en nuestra seguridad.
El acceso a materias primas críticas (CRMs) es otra enorme debilidad de Europa. La demanda de estos materiales se ha duplicado en los últimos cinco años alcanzando en 2025, los 350.000 millones de Euros. Todas las potencias están realizando esfuerzos ímprobos para explotar sus propios recursos minerales de cobre, níquel, cobalto, litio, grafito y tierras raras y para alcanzar acuerdos estratégicos con países productores, lo que exige de fuertes inversiones en los mismos para fidelizar su suministro. China produce el 70% del grafito y de las tierras raras, pero su capacidad de procesado es mucho mayor en todos los materiales enumerados. Europa necesita llegar a acuerdos estratégicos con Chile, Indonesia, Australia, Perú, Mozambique, entre otros, para asegurarse mayor capacidad de importación sustituyendo una parte de la capacidad de procesado de China. La búsqueda de nuevos yacimientos en Europa o en otros lugares, incluyendo la luna, será un objetivo de todas las grandes potencias para lo que queda de siglo.
En cuanto a las dependencias en tecnologías críticas para la digitalización de la economía europea, el informe Draghi señala un dato demoledor. La Unión Europea depende de países extranjeros para un 80% de productos y servicios, infraestructura y propiedad intelectual alrededor de la digitalización. La dependencia es exagerada en semiconductores. Estados Unidos se ha especializado en el diseño de chips. Corea, Taiwán y China casi monopolizan la fabricación de los chips mientras que las capacidades europeas son muy limitadas y cada vez lo son más. La industria europea de la Inteligencia Artificial depende de una sola empresa norteamericana, la dependencia en cloud services también es enorme. Para plataformas cuánticas tenemos críticas deficiencias en seis de las diecisiete tecnologías relevantes. Europa tiene la capacidad para reducir estas vulnerabilidades, pero solo si realiza una enorme inversión pública para sustituir los actuales mecanismos eficientes desde el punto de vista del mercado, por otros más proteccionistas y de preferencia doméstica. Una inversión anual que se estima en dos puntos del PIB europeo para los próximos diez años.
En definitiva, Europa debe abordar un gran proceso de inversión para incrementar su producción energética para lo cual la energía nuclear se convierte en un elemento decisivo e irrenunciable; dos, necesita invertir para adquirir determinadas capacidades en tecnologías críticas asociadas a los nuevos desarrollos; aliarse con partners estratégicos, necesarios por la madurez que han alcanzado, y necesita poner en activo todos los yacimientos y capacidades de producción de materiales denominados críticos, especialmente tierras raras, para lo cual deberían reducirse notablemente las restricciones medioambientales que existen en muchos estados para su explotación. A esto se añade la necesidad de mejorar las relaciones estratégicas con países de África y de Asia como Indonesia e India, para asegurar fuentes alternativas de suministro con países que estén más alineados política y estratégicamente con nosotros. En muchos de estos casos habrá que desalojar de algunos de estos países a los ocupantes rusos y chinos actuales.
La dependencia del petróleo y del gas es otra cuestión preocupante. Estados Unidos pretende incrementar su producción de petróleo y vendérsela a Europa y quiere hacerlo a costa de que Arabia reduzca su producción para no hundir los precios. Una cuadratura del círculo que se antoja muy difícil. En cualquier caso, sería un gran error caer en otra dependencia monopolística.
El segundo aspecto de amenazas a la seguridad son las geoestratégicas, es decir las que proceden de terceros países cuyos intereses pueden confrontarse o enfrentarse con los europeos. Para Europa y para España la principal amenaza estratégica es Rusia que ha demostrado una ambición política y económica sobre Europa, que manifiesta su inconformidad con la distribución de roles en Europa después de la caída del Muro de Berlín y que fortalece su impulso de controlar determinados estados para crear una órbita de influencia alrededor de Rusia. Esta estrategia no solo se encuentra en Putin; está muy asentada en la élite política rusa y por tanto no parece en principio que exista una voluntad política de cambio a medio plazo. Solamente la situación económica deteriorada por las sanciones podría hacer variar esta posición para lo cual sigue resultando ineludible que las sanciones sigan siendo efectivas y se controle su cumplimiento. Un acuerdo de paz que suponga conquistas territoriales de Moscú en Ucrania y el levantamiento de sanciones, sería como firmar la declaración de guerra en unos años de Rusia a Europa.
La segunda amenaza procede de China, y esta es para Europa sobre todo económica y política, al convertirse en el segundo polo más importante de poder del mundo. Estados Unidos y China colisionarán en breve azuzadas por sus políticas proteccionistas en un caso y expansiva en otro. La gran guerra comercial y tecnológica que está por llegar, también afectará a la esfera militar.
Europa tiene que definir su papel en este nuevo enfrentamiento. Una elección entre China y Estados Unidos en condiciones normales no debería plantear ningún problema, pero si Estados Unidos tuviera un devenir hacía un mayor aislacionismo y continuara en su desconexión de Europa, esto podría hacer que Europa pudiera derivar hacia China donde podría encontrar sinergias e intereses comunes.
Irán y la crisis de Oriente Medio siguen siendo amenazas a la seguridad por la propia dependencia energética que mencionaba antes. No cabe duda de que el desarrollo nuclear militar iraní sería una pésima noticia para Oriente Medio y para la seguridad mundial; por tanto, la eliminación de esta capacidad o evitar que se alcance, debería ser también un objetivo estratégico militar de Europa y por tanto también de España. En esta guerra por la tecnología y el talento, la relación y colaboración con Israel podría ser crítica para garantizar una mayor autosuficiencia tecnológica.
Finalmente el Magreb como territorio más cercano donde hay una red de inestabilidad política, económica y social, constituye una amenaza fundamental a nuestra seguridad. La posible instalación de bases rusas en Libia, el fortalecimiento militar de Argelia y Marruecos y la especial relación de este último con Estados Unidos, convierte a esta región es una amenaza directa a nuestra seguridad.
Finalmente hay una tercera tipología de amenazas a la seguridad europea y española que son las de naturaleza interna. El debilitamiento de la Unión Europea frente al auge de los nacionalismos constituye sin duda una amenaza fundamental a la fortaleza europea. Si hay países europeos que creen que pueden tener una mejor relación o un mayor beneficio de una relación bilateral con Estados Unidos bajo la era Trump o con la Rusia de Putin, se confunden enormemente. Solamente una Europa más unida y más fuerte y con un modelo político y económico muy diferente al que ha mantenido hasta ahora, puede ser un interlocutor válido frente a las grandes potencias y por tanto cualquier debilitamiento de la capacidad europea en su conjunto afectará negativamente a la seguridad europea.
Existe otra amenaza interna que es la deriva totalitaria y de extremismos que se produce en Europa como consecuencia de la polarización de la sociedad y de la política, y especialmente por la influencia que potencias externas están ejerciendo sobre la opinión pública europea. Existe una creciente adhesión social a ideologías que ya considerábamos superadas como el comunismo o el fascismo, ante la incapacidad de dar solución a todos los problemas del modelo político que ha gobernado europea los últimos setenta años. Una recuperación de la moderación y de los valores de esta Europa es crítica para garantizar la seguridad europea.
La defensa europea tiene cinco grandes retos que debe abordar. En primer lugar, la dependencia tecnológica de terceros países y en particular de Estados Unidos; en segundo lugar, las duplicidades existentes entre los países miembros; en tercer lugar, la fragmentación industrial y de equipamiento dentro de la Unión Europea; en cuarto lugar, la articulación de unas verdaderas Fuerzas Armadas Europeas y de una muy superior capacidad político-militar europea; y finalmente y no menos importante, la cuestión del gasto en defensa.
Como señalaba con anterioridad, Europa sigue teniendo una gran dependencia, en el campo de la defensa, de tecnologías norteamericanas. Si bien en el campo de las plataformas y de muchos sistemas principales, se ha alcanzado una autonomía suficiente, en determinados equipos embarcados, sobre todo en aviación, en los campos de misiles, espacio, nuevas familias de armas, nuevos desarrollos de software y de Inteligencia Artificial, es demasiado importante y relevante y requiere de su reducción de forma intensiva. Con la base industrial y tecnológica actual europea es suficiente para acometer este reto si se ponen en marcha los recursos y los programas de I+D necesarios. Una inversión que al menos debería situarse en los 100.000 millones de Euros, solamente para reducir en un 50% estas dependencias, asumiendo que muchas de ellas no tendrán una salida al mercado de forma eficiente con solo el continente europeo.
En este sentido es muy importante una mayor consolidación de la industria de la electrónica y de las tecnologías de información en Europa para poder maximizar estas inversiones.
La segunda cuestión se refiere a las duplicidades en una Europa de 27 países. Numerosas capacidades que podrían articularse de forma conjunta se mantienen fragmentadas y esto genera duplicidades que redundan en una pérdida de capacidades que se estiman en un 30% de las inversiones actuales en Europa.
Es cierto que las duplicidades tienen un coste muy relevante, pero también hemos de admitir que para los grandes países europeos desarrollar programas militares sin que tengan un impacto industrial doméstico, resulta una tarea muy difícil de llevar a cabo. Además hemos de reconocer que existen grandes o pequeñas diferencias estratégicas entre los países que hacen inviable por lo menos a corto y medio plazo pensar en una única política de seguridad y defensa al margen de la de los estados por la diferente configuración de las amenazas que tienen cada uno de ellos.
La fragmentación es una causa también de lo anterior, consecuencia de veintisiete estructuras independientes de gasto de defensa. Una mayor homogeneización permitiría también aprovechar economías de escala. Sin embargo, pensar en reducir la fragmentación de 27 países resulta una tarea muy complicada con lo cual la creación de un núcleo duro de defensa europeo alrededor de aquellos países que tienen más intereses estratégicos, que gastan más en defensa y que tienen más peso político debería ser fundamental de cara a reducir esta fragmentación.
Una organización de defensa más dinámica y centralizada también resulta imprescindible. La creación de un comisario de defensa como la de cualquier burocracia no es una respuesta suficiente. Una mayor unificación de las fuerzas aéreas, navales, del espacio y de mando y control debería ser un objetivo a diez años vista, del núcleo duro de países.
Finalmente, dentro del capítulo de amenazas y de cara a adquirir una capacidad de disuasión, resulta imperativo que la Unión Europea adquiera una capacidad propia de disuasión nuclear. Este es el único lenguaje que entienden Rusia y las grandes potencias y que realmente nos puede ahorrar muchos costes y muchos disgustos.
Para terminar, el gasto en defensa. Europa invierte en su defensa mucho menos que Estados Unidos. Sin embargo, tampoco existe una un consenso sobre cuál debería ser ese nivel de gasto. Obviamente alcanzar el 2% del PIB en todos los países europeos resulta mandatorio y que eso ocurra antes del final de la década también. Que algunos países, diríamos del Núcleo Duro de la Defensa, excedan de este nivel también es importante para alcanzar un gasto en defensa que puede estar en torno de los 400.000 millones de euros, la mitad que Estados Unidos. Esto nos permitiría tener un presupuesto de defensa cuatro veces superior al ruso y disponer de unas capacidades militares a un nivel comparable con las grandes potencias globales.
La industria europea de defensa con estos presupuestos estaría en condiciones de crecer de una manera muy significativa y no requeriría de un proceso de mayor consolidación, salvo en sectores muy intensivo en IT. Lo que las industrias europeas de defensa necesitan es más inversión en material, en I+D+I, más planificación, así como programas de colaboración muy superiores a los actuales.
Europa se enfrenta a una situación nueva desconocida desde 1939. Debe ser autónoma, debe ejercer su liderazgo y debe encontrar su sitio entre dos potencias que pretenden ser hegemónicas. Estados Unidos debe seguir siendo un aliado, pero Europa debe ser capaz de mantener su seguridad incluso contra los Estados Unidos si a este escenario se abocase el gobierno Trump.
Europa necesita poner en marcha un gran plan de la seguridad que implique: la reducción de dependencias externas, como se ha señalado, el incremento de gastos en defensa y esto debe hacerlo en una situación económica compleja con países que todavía soportan grandes déficits públicos y con un altísimo nivel de endeudamiento. Solamente una Europa fuerte económicamente y segura, podrá acudir a los mercados financieros en la seguridad de conseguir recursos para financiar su enorme deuda.
Sin embargo, Europa va a necesitar un macro plan de inversiones públicas para apoyar estos proyectos y esto solo será posible con una reordenación de prioridades económicas en todos los países. Europa debe dedicar alrededor de un 8 % de su PIB anualmente durante los próximos diez años a los objetivos señalados. Esto, en una situación de recesión económica y de una situación política compleja, solo es posible detrayendo recursos de otras prioridades públicas.
Solo con seguridad se podrá garantizar el estado de bienestar presente y futuro. Para ello, la sociedad europea debe estar dispuesta a asumir grandes sacrificios para mantener la competitividad europea, la superioridad económica e incrementar su seguridad como elemento definitorio del objetivo de una Europa más próspera a futuro, más relevante y más segura.
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