sábado, 25 de enero de 2025

WINSTON ‚ ¿ QUÉ HACES EN EL DESPACHO OVAL?


El presidente de los Estados Unidos ha devuelto el busto de Winston Churchill al Despacho Oval en una supuesta reivindicación del político conservador que más furiosamente luchó contra el fascismo y las oligarquías en Europa y contra el aislacionismo en Estados Unidos.

A comienzos de los años treinta, cuando el nazismo mostraba un rostro amable mientras cocinaba en su interior los más monstruosos crímenes, fueron muchos los que creyeron en ese movimiento que percibían como la salvación a los problemas de su tiempo. Que se acercaron a Hitler para recoger sus migajas o para reivindicarse ideológicamente en sus países. No fueron pocos.  Solo una voz se alzó desde muy al principio, ante la tiranía y la amenaza que suponía el régimen nazi. Su nombre, Winston Churchill. 

En 1934, el viejo zorro, lejos entonces del gobierno, ya alertaba al mundo de la involución que se estaba produciendo en Alemania y de las terribles consecuencias que tendría para todos. Solo un conservador demócrata convencido tenía la credibilidad para avisarnos de los peligros que se cernían. Muchos en su propio partido veían con agrado al fascismo como el medio para apaciguar a las masas obreras que clamaban por una revolución. Personajes como Ian Mosley que alababan el temor y la violencia como armas legítimas frente a los revolucionarios fueron sus adalides. Nadie se opuso con más virulencia a ellos que Winston Churchill.

Decía Churchill en su discurso de 1934 que: “Hay una nación que ha abandonado todas sus libertades para aumentar su fuerza colectiva. Hay una nación que con toda su fuerza y virtud está en manos de un grupo de hombres despiadados que predican un evangelio de intolerancia y orgullo racial sin restricciones de la ley ni del parlamento ni de la opinión pública. En ese país, todos los discursos pacifistas, todos los libros críticos con la guerra están prohibidos o suprimidos y sus autores están rigurosamente encarcelados. De su nueva tabla de mandamientos han omitido el «no matarás»”.

Hoy son muchos los que marchan a Washington convencidos de que Trump es la gran esperanza blanca que acabará con el progresismo que tanto disgusta a los que no lo comparten. Dichosos de que perseguirá a los que amenazan la seguridad y el modo de vida de unos, de los poderosos y de los que se creen dueños de los valores de sus país. Convencidos de la criminalización de la oposición como respuesta a la criminalización que de la burguesía y sus valores ha hecho la izquierda radical, incitando a la violencia contra ellos. Que apoyan el indulto de los que asaltan con violencia el Capitolio al que ya no identifican como solar de la soberanía popular. Que aplauden el que se supediten las ayudas federales al sometimiento político y que atemorizan a los empresarios si no se suman a su discurso ideológico. Eso no es libertad, eso no es democracia. 

Han llevado a la irrelevancia a la libertad de expresión diseminada entre millones de informantes anónimos ideologizados con visiones sectarias que hablan con la autoridad que en su tiempo tuvieron Emile Zola, Julio Camba, Oriana Fallaci, Nellie Bly, Ryszard Kapucinski, o Ernest Hemingway. Eso no es libertad de expresión es libertinaje. Si la crítica no puede llegar con autoridad a una inmensa mayoría, es ruido no es un discurso libre.

Es muy posible que muchos se sientan otra vez cautivados por medidas radicales para resolver supuestos problemas por la fuerza del discurso, por la deportación de inmigrantes ilegales realizada por descendientes de aquellos otros inmigrantes ilegales, por pretender recristianizar la política como se hace en los califatos, a su antojo y beneficio.

Pretenden como aquel Tercer Reich devolver una grandeza a América que como aquella Alemania nunca existió. Llegará un día, si no lo impedimos, que la cara amable dejará ver su auténtico discurso pactando con tiranos el reparto del mundo, colonizando a los países pequeños, aplastando sus posibilidades de futuro con sus políticas imperialistas.

No olvidemos que el trumpismo no es nuevo, se ancla en el viejo movimiento paleoconservador nacido con la propia independencia. Su más fiel representante e instigador fue el congresista republicano Robert Taft, que compitió por la candidatura republicana con Eisenhower en 1952.

Este declaró que frente al socialismo del New Deal, los americanos debían admirar el régimen nazi con su política aristocrática y tradicional germánica de considerar al orden como un fin en mismo, obviando que el orden es el medio para garantizar la libertad.

Taft, por estas razones, se opuso a la entrada en guerra de Estados Unidos y al apoyo militar al Reino Unido defendiendo que lo mejor que podía ocurrirle a los británicos era caer en el fascismo. Las penas de muerte de Núremberg fueron calificadas como un acto de injusticia que el pueblo americano lamentaría durante mucho tiempo. Así que, presidente Trump, saque el busto de ese digno demócrata conservador que luchó por la libertad en el mundo. Todos deben saber que si usted hubiera gobernado en 1939, habría dejado solo a los británicos y a su primer ministro. 

Además, Churchill descendía del Duque de Marlborough y se curtió en mil guerras, y Trump no deja de ser más que un especulador de casino, que en valentía y bravuconería no le llega a mi idolatrado Winston ni a la altura del betún.

Así que trate con la decencia que se merece a quién ya tiene un lugar en la parte buena de la historia, en la que usted nunca estará y póngalo en el lugar que mejor le representa, bajo la cúpula del Capitolio, aquel que usted violentó, igual que su estatua se encuentra en los jardines de Whitehall y no en Downing Street.

Usted pretende hacer con Ucrania lo que habría hecho con Reino Unido, dejarlo solo a los pies del fascismo, no por su aislacionismo sino por su desprecio por los débiles. Pretende subvertir a terceros países con su poder e influencia para extender su ideología totalitaria, nada diferente de lo que conocimos en los años treinta.

Los liberales y conservadores europeos no debemos fiarnos de lobos con piel de cordero. Los que conchabean con Donald Trump hoy, serán objeto de su burla más adelante. Los que creen que sus políticas antiwoke o liberales son honestas, se verán desilusionados cuando vean las auténticas intenciones. Solo pretenden que su visión del mundo, la de los suyos, sea la dominante y todo lo demás son estratagemas de campaña para ganar adeptos. Necesita tiempo, como ocurrió en Alemania, para demoler lentamente las instituciones de control en los Estados Unidos, para que cuando se vean sus auténticas intenciones, ya no existan instrumentos de defensa. Muchas de sus ideas son excelentes pero matizadas y emboscadas en la ambición totalitaria, pierden toda su eficacia y virtud. Que los árboles que nos agradan no nos impidan ver el bosque sombrío que hay detrás.



 


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