El cinco de junio de este
año se celebra un centenario que no se puede dejar de soslayo para todos los
que quieran entender los acontecimientos
que han ocurrido en Oriente Medio en las últimas décadas. Hace cien años
los árabes de la Meca con el apoyo, más bien instigamiento del gobierno
británico, iniciaban lo que se ha llamado “la gran revuelta” contra el Imperio
Otomano que había tomado partido por las potencias del Eje en la Gran Guerra.
Los objetivos eran muy
claros, crear un estado árabe desde Alepo en Siria hasta Aden en Yemen; es
decir en toda la península arábiga. Esta rebelión comenzó precisamente el cinco
de junio de 1916 por el jeque y guardián de La Meca, Husayn ibn Ali, que dio lugar a un reino muy efímero.
ya que apenas al acabar la Guerra las potencias colonialistas, aprovechándose
de la debilidad de los nuevos reinos, refundaron el mapa de la región. Pero se
habían echado las semillas de lo que acontecería en las siguientes décadas.
Aunque los jóvenes turcos
que tomaron el poder en Turquía intentaron fomentar un panarabismo global
liderado por la nueva Turquía, la cultura árabe vivía un renacimiento cultural,
en Francia y Egipto especialmente. Los jóvenes turcos estaban más inspirados
por los acontecimientos de Alemania que por respetar el mundo árabe, sus
tradiciones e historia por lo que
las ambiciones en la región del Imperio turco eran vistas con mucho recelo en
todo Oriente Medio.
Cuando Alemania y Turquía
se aliaron en la Guerra, Occidente podría quedarse sin el acceso a los pozos de
petróleo que ya comenzaban a alimentar los motores de aviones, carros y
camiones, imprescindibles para ganar la contienda. La iniciativa británica fue
liderada sobre el terreno por un personaje de leyenda. Lawrence de Arabia.
Al estallar la Gran
Guerra, el sultán Mehmed, como cabeza del Islam llamó a sus súbditos musulmanes
a la Yihad contra los aliados. Este intento encontró resistencia en muchos
árabes, que, por el contrario, vieron en el estallido del conflicto mundial una
oportunidad para deshacerse de la tutela otomana.
Husayn ibn Ali, era una
figura de inmenso prestigio en el mundo árabe, y sus dos hijos, Abd Allah y
Faysal fueron llamados a liderar el nuevo Oriente Medio. En cuanto Turquía se
puso del lado de Alemania, el General británico Kitchener animó al
levantamiento contra los otomanos mostrando su decidido apoyo militar a la
causa árabe. Esta oportunidad no fue desaprovechada por el guardián de La Meca
para crear un estado árabe.
En su correspondencia con el
comisario británico Mc Mahon, Inglaterra acepta en un principio una nación árabe que comprenda las actuales Arabia,
Siria, Líbano, Israel, Jordania, Irak y los territorios palestinos. Solo se excluyeron
de las pretensiones árabes el litoral Mediterráneo de Siria, Líbano y el Sur de
Irak., en los dos primeros casos para proteger a las minorías cristianas, y en
el segundo para mantener el control de los pozos de petróleo.
El 10 de junio de 1916,
Husayn se hace nombrar rey de los árabes en la Meca. A partir de este momento,
y como bien se refleja en la magnífica película de David Lean, todo son victorias
hasta alcanzar en junio de 1917 Aqaba, y Jaffa, la actual Tel Aviv, en
noviembre de 1917. En diciembre de 1917, el general Allenby entró en Jerusalén;
y las tropas árabes en Damasco casi un año mas tarde.
Cuando los acuerdos
secretos Sykes-Picot de 1916 entre las diplomacias francesa y británica
salieron a la luz ya fue muy tarde para los árabes y los otomanos. No solo
nunca tuvieron Francia e Inglaterra, la más mínima intención de crear una
nación árabe fuerte, sino que además claramente se perseguía el reparto de los
recursos del petróleo y mantener gobiernos débiles y títeres en la región. A
ello se añadió la Declaración Balfour en 1917 que mostró el apoyo británico a
la creación de un hogar nacional judío en Palestina. En 1918 con la finalización
de la Gran Guerra, las potencias occidentales actuaron con prontitud y
consiguieron sus objetivos.
Desde Damasco y liderados
por Faysal se organizó el nuevo reino, que nació muy coartado por las
pretensiones aliadas, y de hecho Faysal aceptó todas las condiciones impuestas en
la Conferencia de Paz de París de 1919. Los acuerdos de San Remo y Sevres en
1920 refrendados por la Sociedad de Nacional de 1922, autorizaron la intervención
militar francesa que provocó la expulsión de Faysal del efímero trono de
Damasco y la ocupación del Líbano que quedaría bajo dependencia francesa.
En la zona británica, las
antiguas provincias otomanas de Mosul, Bagdad y Basora se unieron para formar
una entidad nueva llamada Irak, bajo mandato británico, en cuyo trono se colocó
al príncipe Faysal, recuperado desde Damasco y que sería un fiel aliado de
Occidente.
Bajo mandato británico
quedó también Palestina, que se comunicaría con Iraq a través de la Transjordania
situando poniendo al príncipe Abd Allah como rey, cuya dinastía continúa
reinando en Jordania, para gran asombro del mundo, ya que su única función fue
comunicar las posesiones británicas en la región.
El efímero reino de Hiyaz
en la Costa del Mar Rojo, gobernado por la casa Hachemita que reina también en
Marruecos, y que se considera descendiente directo del profeta, acabó devorado
por el sultanato vecino de Nechd en 1925 bajo la casa de Saud que aun hoy
gobierna en Arabia Saudita.
Las consecuencias de esta
guerra provocaron una gran inestabilidad política, social, estratégica y
religiosa que se ha extendido hasta nuestros días.
Faysal, protegido por los
británicos acabó reinando en Irak. Sus sucesores se mostraron abiertamente pro-británicos
y contrarios a muchas iniciativas árabes. Su nieto murió en el golpe de estado
del coronel Abdul Karim Qassim, tras haber apoyado la intervención británica en
la guerra del Sinaí. Como un mecanismo de reacción frente al golpe de estado de
Nasser en Egipto que abrió las puertas al socialismo árabe, Faysal promovió la
creación de una federación jordano iraquí apoyada en los lazos familiares entre
ambas monarquías para oponerse al avance comunista. Un sueño que terminó con la
intervención militar auspiciada por Moscú.
Líbano había quedado bajo protectorado
francés para proteger a los cristianos de las matanzas provocadas por los
turcos en los comienzos de siglo. Durante esos años, los cristianos dominaron
el poder en Líbano hasta que, tras la retirada de 1946 de Francia, se abrió un
periodo de inestabilidad que culminó en la guerra civil entre el gobierno
libanés cristiano de Chamoun y las fuerzas árabes apoyadas por Nasser que
terminó con la intervención estadounidense. En 1970 la OLP instaló su cuartel
general en Beirut y decenas de miles de exiliados palestinos eligieron Líbano
como su hogar, provocando un alud de intervenciones y guerras civiles que
todavía hoy perduran.
No fueron las cosas muy
diferentes en Irán, donde los Reza Pahlevi gobernaron primero apoyados por los
británicos y después en los años sesenta por Estados Unidos. El Secretario de Estado
Dulles ante la pregunta sobre si la CIA y el Mi6 gastaron mucho para derrocar
al coronel golpista Mossadegh auspiciado
por Rusia que había nacionalizado la British Petroleum, contestó que no había
sido mucho. El gobierno corrupto de Persia sirvió para contener al comunismo
pero sentó la bases del régimen islámico que hoy gobierna en el país.
En Egipto, Nasser inició
su revolución socialista que sirvió de modelo a Libia, Argelia, Túnez, Siria y
después Irak. Pero el brusco cambio que supuso Sadat y los acuerdos de Camp
David abrieron una nueva franja entre los países árabes, que fue todavía mayor
con el colapso de la Unión Soviética. No ha sido hasta la llegada de Putin que
algunos de aquellos viejos lazos se han recuperado.
Los acuerdos ente Francia
y el Reino Unido urdidos para repartirse el Imperio Otomano, al que se sumó en
un principio la Rusia zarista que aspiraba a tomar Estambul bajo su control,
fueron publicados por la prensa soviética en 1917. Pero no cabe duda que estos
acuerdos y la gran revuelta árabe definieron toda la realidad de la región
hasta hoy. Por una parte se negaron las promesas de Lawrence de crear un estado que incluyera Arabia y Siria por
haber apoyado a los aliados frente a Alemania. Los acuerdos pretendieron
garantizar la seguridad de las minorías cristianas en la región, lo que provocó
fuertes movimientos de radicalización islámica. Los gobiernos títeres creados
al amparo de estos acuerdos fueron cayendo salvo los casos de Arabia y Jordania
bajo dictaduras militares controladas por la Unión Soviética como Siria, Irak y
Egipto. En estos años se cocinó el radicalismo frente a Occidente, culpable de
todos los males acontecidos. El conflicto entre palestinos e Israel también
tiene sus orígenes en estos acuerdos. Por una parte se fraguó una perdurable
amistad entre Arabia Saudita e Israel, pero por otra, con la declaración
Balfour al año siguiente, el dibujo de una Palestina árabe quedó reemplazado
por una Palestina judía.
Años más tarde Ataturk se
opuso a los acuerdos de Sevres y lanzó un ataque sobre las fuerzas francesas en
Siria. Pero los británicos una vez más supieron maniobrar con inteligencia
moviendo a las tribus locales ante el nuevo expansionismo turco. Francia una
vez más echó mano de su diplomacia Tayllerand y llego a un acuerdo con el líder
turco que renunció a su expansión hacia el sur, a cambio de obtener algunas
provincias del norte de Siria donde habitan los kurdos, generando un nuevo
conflicto que todavía perdura con la nación sin territorio más grande del mundo.
Los británicos, por su parte, a lo suyo, conservaron los pozos de petróleo de
Irak incluyendo Mosul.
Uno de los objetivos
estratégicos del Estado Islámico ha sido revertir los efectos de los acuerdos
Sykes-Picot y recrear la Gran Siria. Similar objetivo, aunque con una filosofía
y ambición nacionalista y modernizadora, se inició tal día como hoy hace cien
años desde la lejana ciudad de La Meca de la mano de un personaje de leyenda,
Lawrence de Arabia.
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